martes, 11 de febrero de 2020



¡QUÉ CHULA ES PUEBLA!

No paraba de fumar, se sentía desquiciado. Comenzó a leer la primera línea que había escrito: "¿El gobernador de Puebla se encontraba en `Sacsa Mayán´ desafiando a la muerte?", ¡no mames!, Gabriel, ¡no-ma-mes!, dijo en voz alta. Tomó la hoja de papel, la hizo bolita y la arrojó al cesto de basura. Volvió a fallar. Los papeles se encontraban ya acumulados alrededor del bote, pues estaba repleto de ideas erróneas, intentos fallidos y tonterías mal escritas.
     Volvió a leer las bases del concurso (aunque podría repetirlas de memoria):
   El Gobierno del Estado de Puebla, de manera conjunta con Ficción y Enredos Editores, se complace en anunciar la primera convocatoria para el concurso: ¡Qué chula es Puebla!, cuya finalidad será promover las bellezas naturales de nuestro Estado y la bondad de su gente. Las bases son las siguientes:
   Podrán concursar todos los escritores mexicanos, bla, bla, bla, afirmó con aburrimiento. Se consignara un original y tres copias, bla, bla, bla... adelantó la lectura hasta llegar casi al final. Esto es lo importante, se dijo a sí mismo: El premio consistirá en la publicación de los textos seleccionados y un estímulo económico de $200,000 pesos para el primer lugar.
     No se olvide que nuestros patrocinadores estarán encantados de tener una ligera mención dentro de las obras. Aeroméxico quien promueve su nuevo destino: "Sacsa Mayán patrimonio del mundo" y el Gobierno del Estado de Puebla, ¡invitan!
     Los términos "bellezas naturales y la bondad de su gente", seguían retumbando en su cabeza. Por lo que se le vino de nuevo a la memoria el gobernador de Puebla. ¿Por qué no?, se preguntó. El cuento podría arrancar así:
     El gobernador de Puebla se encontraba en ¿"Sacsa Mayán"? (la curiosidad no le permitió seguir adelante hasta que revisó una enciclopedia y descubrió que se trataba de unas ruinas ubicadas en Perú). Total que el gobernador, que en lo sucesivo será "El góber", se encontraba en unas ruinas arqueológicas. Vestía una guayabera en color hueso y traía un ramo de claveles, caminaba con orgullo para poder acercarse a una mujer con uniforme de azafata. La mujer también lo veía a él, recorrió el camino con lentitud hasta que llegó a su encuentro y con voz sensual ella comenzó a decirle al oído: "Te quiero porque tus manos trabajan por la justicia". A lo que "El gober", respondió: "Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos".
     En resumen este intento también terminó en la basura. ¡Tantas ideas! ¿Y  no se me ocurre ni madres?, volvió a decir en voz alta, hasta que de repente creyó haber acertado: ¡A huevo!, ¡Ya está!, gritó. El cuento comenzará de la siguiente manera:
   Desde lo alto de una pirámide "El gober", se encontraba recostado sosteniendo una soga. De la cuerda pendía el cuerpo de una aeromoza, de una bella aeromoza, que gritaba desesperada: ¡No me sueltes! ¡No dejes que muera, por favor! ¡No lo haré! respondía "El gober", ¡no dejaré que te pase nada! ¡Resiste!¡Resiste!
     Tomó el cigarrillo que tenía en la mano, lo observó con calma y dijo: ¿Qué tendrá esta mamada? ¿Y si mejor se muere el gobernador de Puebla? ¿Y si la azafata intenta rescatarlo? ¡Puta madres! ¿Qué hago? Otra hoja de papel partida por la mitad y hecha bola terminó en le piso.
     Después de tantos intentos fallidos, el escritor, se encontraba familiarizado con "El góber" y la aeromoza, en cada escena podía verse a sí mismo animando al "gober" y viendo muy de cerca a la guapísima azafata.
     Decidió comenzar de nuevo y leer en voz alta:
     El gobernador de Puebla se encontraba atado en lo alto de una pirámide sobre una plataforma, que representaba un altar de sacrificios. Una mujer sensual vestida de aeromoza, no, no, no, suena mejor: una sensual azafata de cabellera pelirroja se acercó al altar y comenzó a mover las caderas de modo sugestivo. Con movimientos sensuales empezó a desprenderse de la ropa. Se acercó a él diciéndole al oído: ¡Tú eres el héroe de esta película!
     Y tal vez sobre mencionarlo, pero había una hoja más en el cesto de basura.
     Encendió otro cigarrillo y murmuró: ¿y si escribiera un relato de esos de sobrevivientes de un accidente aéreo? No suena nada mal. A ver, serían el gobernador y la aeromoza, tendrían que estrellarse y caer en Sacsa Mayán. Por supuesto que podrían intervenir más personajes, no sólo ellos, tal vez un tipo rudo y uno que supiera cazar; un genio medio loco y mujeres exóticas, entre ellas una ladrona, mentirosa y medio golfa; un gordo simpático, siempre hay gordos simpáticos y dos hombres que pelearan entre sí, porque debe existir un conflicto, un choque de fuerzas; como en esa novela de los niños cuyo avión en el que viajan se estrella, se quedan en una isla y se vuelven locos, pero acá sería gente adulta y eso sí, el gobernador de Puebla sería un líder natural. En ese momento pensarán cómo salir de la isla, comenzarían por darse cuenta que sólo podrán lograrlo si encuentran una clave y... ¡Chingada madre! Esa es una serie de televisión. ¿Y cómo se me ocurre? ¿Qué va a pensar Aeroméxico si el avión se estrella?
     Recargó los codos en la mesa y comenzó a jalarse los pocos cabellos que le quedaban. ¡No puede ser!, murmuró. Decidió ponerse de pie y caminar en su departamento para buscar un poco de inspiración.
     Llegó a la cocina, pensaba servirse una taza de café y justo en ese momento decidió regresar corriendo y sentarse a escribir. ¡Tenía otra idea brillante! O al menos eso le pareció. Comenzó a redactar:
     El gobernador de Puebla observa a una hermosa mujer a lo lejos, que parece estar vestida de aeromoza. Camina con garbo y decisión a su encuentro. Sus pasos rompen el silencio al pisar las hojas secas de los árboles. Llega hasta donde ella se encuentra y con voz segura y firme, exclama: ¿Tons´qué güera? Sácate una chichi pa´cotorrear ¿no? ¿O qué?, ¡óigame pinche viejo pelado!, respondió la azafata.
     El escritor suspiró, agachó la mirada, se llevó la mano derecha a la frente, cerró los ojos y comenzó a negar con la cabeza.
     Decidó acostarse por un momento, pues no había dormido en dos días intentando escribir. La  verdad es que necesitaba un poco de dinero (poco, no mucho, sólo debía tres meses de renta, la mensualidad del coche, las cuatro tarjetas de crédito y la pensión de sus hijos).
     Llegó hasta su cuarto, se recostó sobre la cama, se quedó dormido y soñó con todas las tonterías que deseaba escribir: pudo ver con claridad al gobernador de Puebla en un avión que descendía sobre una pirámide, los pasajeros también abandonaban el aeroplano, "El góber" corría detrás de una guapísima azafata, momentos después la azafata corría detrás de "El góber" y de un segundo a otro una aeromoza gigantesca y un "góber" de dimensiones desmesuradas perseguían al escritor.
     Después de algunos minutos despertó. Regresó a la máquina de escribir y logró terminar el cuento. Decidió enviarlo al concurso y luego de dos semanas recibió la noticia de haber ganado el primer lugar: $200,000 pesos, ¡por fin!, exclamó emocionado. En la carta que le enviaron, los organizadores, no le aclaraban cómo podría reclamar el premio, así que tras varios días de estar intentando comunicarse con ellos, vía telefónica, y de varios viajes infructuosos a la heroica Puebla (desde luego bastante costosos para él, pues no estaban en su presupuesto), decidió contratar a un gestor. El gestor le cobraría entre el 15 y el 20% del total de lo recuperado, más los gastos que se generaran por la cobranza, a lo que tuvo que resignarse y decir que sí, pues no encontraba otra solución. Pasaron dos semanas y el gestor le comentó que los trámites se llevarían su tiempo, pero que si quería recuperar de inmediato el premio, él podría contratar a alguien que viviera en la localidad para no generar tantos egresos innecesarios, sólo que eso implicaría un 5% adicional de la tarifa preestablecida. En su desesperación, el escritor aceptó. Esa misma semana le comentaron que el pago estaba comenzando a gestionarse, pero que estuviera consciente que habría que devengar el IVA, el ISR, un impuesto estatal y un cargo federal. A lo que también dijo que sí, de manera resignada. Seis meses después le avisaron que por fin su pago (que a esas alturas, debido a los gastos y a los impuestos, era de $7,000 pesos), estaba por salir, pero que el sindicato de trabajadores de la Secretaría de Cultura de Puebla, se había pronunciado en huelga de manera indefinida.
     Así que decidió olvidar el asunto por completo. Mientras tomaba el periódico y comenzaba a buscar un empleo comenzó a leer:
     El Gobierno del Estado de Hidalgo, con el apoyo de su capital Pachuca y de manera conjunta con Ficción y Enredos Editores, se complace en anunciar la primera convocatoria para el concurso ¡Qué bella es la bella airosa!...

gabriel duarte
febrero xx-xx



miércoles, 5 de febrero de 2020



LA SUERTE DE LA BORRACHA A LA BONITA LE VALE MADRES

Adorables lectores: les comento que estoy muy entretenido con un libro bastante peculiar del gran John Connolly, se llama Todo lo que muere y, al mismo tiempo, me encuentro revisando varios títulos del legendario Paco Ignacio Taibo II. Y se preguntará usted, amable damita, gentil caballero, ¿cómo pa´qué? Lo que sucede es que tengo en mente un nuevo proyecto literario. Este año acabé mi primer libro y estoy esperando alguna convocatoria para  mandarlo a un concurso (junto con la panza porque la mía ya está de campeonato) (¡Pinche panza!). Mientras eso sucede deseo escribir una novela negra, tan negra como la memoria de nuestro ex jefe de policía, y es por ese motivo en particular que estoy checando algunas novelas policíacas para ver por dónde le llego a la que quiero hacer.
    Y dicho sea de paso, me gusta mucho el género, si tienen curiosidad les recomiendo darle un vistazo al inigualable Raymond Chandler, rífense Adiós muñeca o El largo adiós, cualquiera de esos dos libros; les juro no se arrepentirán. Para finalizar con el tema les prometo que les haré saber qué tal va el nuevo plan proyecto que pienso escribir, incluso, me gustaría compartirles los primeros capítulos, les garantizo que serán muy breves. Así pues, una vez dicho lo anterior, que no sé ni pa´ que se los dije, comenzamos:
     Coloque su asiento en posición vertical, acomode la mesa que se encuentra frente a usted y abroche su cinturón de seguridad, damita, caballero, ¡que estamos por despegar! 
     Como recordarán, en el capítulo anterior nuestro hábil y conspicuo protagonista se encontraba deglutiendo unos tacos de bistec cuando, de manera misteriosa y casi sin darse cuenta, terminó besando a una gordita a las tres de la mañana, mientras escuchaba a Gloria Trevi y bebía cervezas como si fueran botellas de agua bendita (que de hecho lo son). Recordarán también que después de dejar a Verónica en su casa (quien vivía más o menos por Kazajistán esquina con División del Norte) (¡Pinche Verónica!), se durmió a las 7am. Lo que no saben es que, por salud mental, se prometió a sí mismo no volver a llamar a nadie si alguna vez tiene la ocurrencia de volver a salirse de noche por unos tacos de bistec (¡Pinches tacos de bistec!).
     Ahora bien, debo confesar que después de ese incidente mi vida transcurrió de modo más o menos normal. La cruda me duró unos tres meses (¡Pinche cruda!) y justo me acababa de reponer, cuando se atravesó el cumpleaños del gran Iñaki. Y aquí vamos de nuevo, pensé, y en efecto. Sólo que esta vez todo fue un poco más surrealista. André Breton y Dalí hubieran tenido un ataque de envidia por lo que ocurrió aquel legendario 3 de enero del año en curso. Me explico:
     Todo comenzó el día previo a la fecha antes mencionada. Era el segundo día del año, justo un jueves, y recordé el cumpleaños de mi amigo (en realidad él me llamó para recordármelo, colgamos y ya después hicimos como si no hubiera pasado nada y le llamé para felicitarlo), me puse en comunicación con él, le envié un abrazo y le comenté que me gustaría invitarlo a cenar. Propuse La Montejo para tomarnos unas cervezas y poder rifarnos unos tacos de cochinitia pibil. Al parecer, el sujeto en cuestión, tenía un compromiso, pero aceptó gustoso la invitación y quedamos de vernos el viernes; hasta ahí todo iba más o menos bien (la noche siguiente la senda del destino se torcería de modo irremediable).
     Debo decir que el gran Iñas también escribe y, no lo hace nada mal, comparte conmigo el mismo gusto que siento por los libros; así que, salí de casa y me lancé por el regalo del pequeño querubín (¡Pinche pequeño querubín!). Después de meditarlo mucho me incliné por un compendio de cuentos del gran John Fante: El vino de la juventud. Lo leí hace un tiempo y me gustó mucho. Libro en mano, me hice bien uei toda la tarde y justo cuando estaba  por llegar la hora de la cita, el pequeño querubín me mandó un mensaje diciéndome que si no tendría algún inconveniente en que nos acompañara "Romi", quien pensaba invitar a una amiga. En ese instante sentí que un arcoiris iluminaba mi camino y que Dios sí existe aunque se enoje Nitetzche y se empute Zaratustra. Le dije que sí sin pensarlo. Se preguntará usted por  qué, amable lector. Lo que sucede es que Romina es una amiga de Iñaki que está bien guapetona y pensé: seguramente la amiga va a estar igual y en una de esas mucho mejor.
     El caso es que dieron las 8 de la noche y yo ya estaba en el lugar de reunión. Me dirigí al baño, me asomé al espejo y con un poco de saliva me aplaqué el gallo que traía en el cabello y me enchiné las pestañas (¡Pinches pestañas!). Ya más presentable me acerqué a la mesa y justo cuando iba a tomar asiento apareció en escena el cumpleañero, (¡Pinche cumpleañero!) quien portaba una camisita a cuadros, zapato tenis blanco y un abrumador aroma a colonia Sanborns (no se crean sí traía una loción bastante sofisticada). Le di un abrazo y le entregué su regalo. Debo confesar que se conmovió un poco, mi amigo es bastante sentimental. Pedimos unas Vikis y justo cuando nos estábamos rifando el segundo taquete de cochinita pibil, la gran "Romi" entró a la cantina repartiendo sonrisas y caderazos, la saludé, comenzamos a platicar y me dejó bastante sorprendido. Yo la había tratado muy poco, sólo la había visto una o dos veces y resultó ser la versión femenina del Escorpión dorado, es simpatiquísima, aparte de todo come bastante bien, lo que me agradó mucho, se merendó un caldo de pollo, una tortita de milanesa con queso y tres taqueshis de cochinita pibil.
     La noche tenía buena pinta (en ese instante no me imaginaba que en tan sólo dos horas más terminaría cargando un bulto llamado Anahí sobre Eje tres y Nuevo León) (¡Pinche Anahí!) cenábamos y bebíamos a carcajadas, cuando llegó el momento que el público estaba esperando: la amiga de "Romi" atravesó la puerta, la observé con detenimiento y no es que sintiera que el corazón se me saldría por las orejas, pero la chica en cuestión no estaba nada mal, de todas las citas que tuve el año pasado, ella era por mucho la más mejor.  
     Es fecha que no comprendo qué fue lo que pasó, cuando Anahí llegó me acababan de traer una cerveza, le cedí mi trago y después ella pidió dos mezcales, quizás serían 3 o tal vez 40 (cuando mucho). El asunto es que en menos de lo que tardaría José José en terminarse dos botellas de Bacardí blanco, la amiga de Romi ya arrastraba la lengua, hablaba un extraño idioma y le costaba trabajo hilar una frase con otra, yo pensé que no tardaría en comenzar a hacer burbujas con los mocos, por lo que  Romi le pidió algo de comer. Los de la Montejo nos dijeron que ya no era hora de comer, así que pedimos la cuenta y decidimos ir al Califa por unos tacuches para que a la señorita le asentara el alcohol y justo en ese momento, comenzó mi cuesta de enero (¡Pinches cuestas de enero!).
     Salimos de La Montejo, Iñaki y Romina se adelantaron y aquí su pendejo se quedó con el costal, tan pronto dimos unos pasos, debo decir que el pendejo iba casi iba cargando a Anahí, la nena se encontró una ecobici y se aferró al manubrio, resulta que se quería ir en bicicleta, Iñas y Romi me veían a lo lejos (¡Pinche Iñaki!) (¡Pinche Romina!) y yo no encontraba la manera de que la señorita soltara la bici. Después de un berrinche tipo niño de kínder en su primer día de clases, Anahí se apiadó y comenzó a caminar. Logré que anduviera una media cuadra, cuando de repente llegamos a una gasolinera y aquello parecía 11 de septiembre, ante mis ojos y en cámara lenta observé cómo la gran Anahí comenzaba a derrumbarse. Don pendejo intentó ayudarla y ella estando en el piso se dirigió hacia mí apuntándome con su dedo índice y de manera desafiante me dijo: "tú no estás en condiciones para ayudarme a ponerme de pie", y de plano en ese momento no pude más y me ganó la risa; solté una carcajada que seguro se escuchó hasta La Patagonia (nunca he estado en La Patagonia, pero presiento que está bien pinches lejos).
     Finalmente llegamos a la taquería, todos comimos algo, siempre pensé que no habría nadie en el mundo capaz de tomarse un jugo de carne con las manos, Anahí lo logró. El asunto es que la nena seguía bajo los efectos del alcohol y estaba a punto de arruinarnos la noche. Terminamos de cenar, pedimos la cuenta y nos dirigimos al lugar donde había estacionado el auto. Para mi desgracia regresamos por el mismo camino y acá el señor pendejo no pudo evitar que la niña se volviera a colgar de la bicicleta (¡Pinches bicicletas!). De nuevo logré que soltara el manubrio, sólo que aquello parecía lucha libre, Anahí tuvo otras tres caídas sin límite de tiempo. Llegamos al coche y entre los tres logramos meterla al asiento delantero.
     A esas alturas Romina estaba un tanto apenada, Iñaki aún tenía sed (de esa que da comezón en la garganta) y ganas de hacer algo, míster pendejo iba manejando y ya se estaba acostumbrando a los berrinches de la borracha (¡Pinche borracha!), por su parte, Anahí estaba inconsciente. Y justo en ese momento se me ocurrió preguntar: ¿qué quieren hacer? y justo en ese momento al gran Iñaki se le ocurrió contestar: vamos al Patrick Miller. Y entones supe que esto de nuevo iba a valer bien madres.
     No teniendo otra alternativa me dirigí al sitio en cuestión, estacioné el auto, compramos las fichitas y entramos. La borracha ya comenzaba a poder caminar sola, pero el gusto no nos duró mucho tiempo. De lo que sucedió después tengo pequeños fragmentos girando por las empantanadas cavernas de mi memoria: Romina bailando en medio de un círculo, Iñaki aplaudiendo, Iñaki brincando, Iñaki en el piso. La borracha más borracha, la tarjeta de crédito de Iñas pasando de mano en mano, cervezas, fichitas, más fichitas y más cervezas, vasos vacíos, bolas gigantescas con espejitos girando en el techo, gente, chingos de gente, mi cartera en el suelo, la borracha bailando, la borracha brincando, la borracha en el piso, música, chingos de música, luces de neón por todos lados, carcajadas y más carcajadas, hasta que nos volvieron a dar las cinco de la mañana y nos volvieron a pedir del modo más atento y amable que nos fuéramos mucho chingar a nuestra jechu (y dicho sea de paso, por más que busqué a la gordita, no la encontré) (¡Pinche gordita!).
     Por fortuna esta vez todos vivían más o menos cerca, así que, pasé a dejar a la gran Romi, al cumpleañero y a la borracha a sus respectivos hogares (¡Pinche gran Romi!) (¡Pinche cumpleañero!) (¡Pinche borracha!) (¡Pinche Patrick Miller!) y allí se rompió una jerga y todos nos fuimos a dormir.
     De Anahí es fecha que no sé nada (y no sé si quiero saber) a Iñaki lo veré el siguiente viernes, al parecer Romina saldrá con nosotros y yo me lanzaré con una lectora que prefiere conservar su identidad en el anonimato. Me parece que nos dirigiremos a un lugar nostálgico y de bajo presupuesto, no sé muy bien a donde iremos, pero sí sé que seguramente la pasaremos biendepocamadres.
     Por ahora sería todo, si desea usted, damita, caballero, saber lo que sucede este fin de semana con nuestro atractivo y enigmático protagonista, y su guapísima y anónima lectora, no deje de sintonizar "Filosofía barata y zapatos de goma". Cíao, descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
febrero xx-xx


domingo, 2 de febrero de 2020




Y TODO POR DOS TACOS DE BISTEC

Parece que no soy capaz de ser, si es que pretendo ser algo. No soy nada: un escritor que no escribe nada, salvo un diario. Un amante que no es capaz de amar. Un padre que no ejerce. Un marido lejano. 
     Resulta que me encuentro como Juan Gabriel: "en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente" (¡Pinche Juan Gabriel!). Y eso por qué, se preguntarán, amables lectores (y si digo lectores es porque el fin de semana me enteré que ya son dos las intrépidas y guapas damitas que leen este humilde y austero blog. Muchas gracias, Lú, te adoro. Mil gracias, Chas). Es sencillo: por algún extraño motivo me da por leer y escribir rodeado de libros y como siempre tengo hambre, leo, escribo y desayuno o ceno en "El Penduleishon". Antes de dirigirme al comedor y ponerme a trabajar, pasé por la mesa de novedades y me encontré la última entrega del gran Héctor Abad Faciolince: Lo que fue presente. Lo tomé, leí la contraportada y descubrí las frases con las que abro este relato. 
     Debo admitir que me sentí un tanto identificado con las palabras del gran Héctor Abad (tiene un libro que es una joya, se llama El olvido que seremos, por favor, no se nieguen la oportunidad de leerlo). El asunto es que hubo unas 399 razones (menos el quince por ciento de descuento que me hacen en El Péndulo, serían $339 pechereques) por las cuales no adquirí el libro en cuestión, pero supóngome que vale harto la pena.
     Con honestidad lo confieso: a veces lo único que me rescata de esta engorrosa selva llamada vida son mis libros, mis amigos (sobre todo mis amigas) (¡Pinches amigas!), el ejercicio y desde luego escribir, porque hay ocasiones en que me cuesta mucho trabajo abrir los párpados y salir a la calle a hacer que mi existencia tenga un sentido y valga la pena vivirla; pero como no quiero ponerme dramático y aburrirlos, dejemos de lado tanto saliverío (¡Pinche saliverío!) y entremos en materia:
     En el capítulo anterior nuestro  atractivo y enigmático protagonista, se encontraba librando una batalla a muerte con la hermana de su dentista (¡Pinche hermana de mi dentista!). Les ahorraré el suspenso y les diré que de aquel incidente logró salir con vida para meterse en un lío igual o peor. Me explico:
     Cierto viernes me encontraba en pijama, acostado y viendo la televisión. Eran las ocho de la noche y sentí un pequeño hueco en el estómago, así que, con toda la apatía del mundo decidí ponerme un pantalón, la camisa que traía desde la mañana y largarme por unos tacos de bistec. Llegué a la taquería, me rife dos campechanos y una coca cola, pedí la cuenta y justo antes de pagar me acordé del gran Iñaki, así que, tomé el teléfono y decidí llamarlo. Contestó a la primera, se escuchaba que traía unos catorce jaiboles ya puestos, dos micheladas, tres margaritas y unas siete cubetas. A pesar de todo aún se escuchaba lúcido (como el que está a punto de morir, diría Pessoa). "¿Qué haces?" me preguntó el querubín. "Nada", respondí. "Vente, estoy con unas amigas en un bar que está por Insurgentes". El gran Iñas me mandó la ubicación del lugar y después de pensarlo mucho (más o menos unos catorce segundos) me trepé al coche y cuando me di cuenta ya estaba sentado en una mesa con seis individuas que no conocía y tenía una yarda de cerveza mirándome fijamente a los ojos. No tuve otro remedio que despacharme la yarda y pedir otra.
     El lugar estaba dos tres aburridón, recuerdo que se iba la luz con frecuencia y mucha gente ya no había. Como a eso de las 12 de la noche nos invitaron amablemente a tomar nuestras chingaderas y las llaves de nuestros respectivos vehículos porque ya estaban a punto de cerrar. Así que, nos dieron la bendición, una patadita en el trasero y nos sacaron del bar.
     Iñaki y sus secuaces aún tenían sed (de esa que quema en las amígdalas y destruye matrimonios) y  querían seguir con su ceremoniosa reunión. Nos subimos a la unidad y el invitado de honor me dijo: "Tú sígueme", "¿Y cómo?", le respondí, "si estás en mi coche", "que me sigas", insistió. Así que levanté los hombros y me resigné a seguirlo: a la derecha, a la izquierda, derecho, más derecho y de repente, que ya  es aquí. Me quedé esperando a que me recibieran el carro, después de unos minutos me bajé del vehículo y el gran Iñas ya tenía unas fichitas, como con las que se apuesta en los casinos. Caminamos hacia la entrada, nos sabrosearon unos sujetos disque para hacernos una revisión, entregamos las fichas, cruzamos la puerta y sólo recuerdo que en ese momento todo valió bien madres:
   Gente, mucha gente, chingos de gente, música, humo, luces, brincos, saltos, calores, olores, sudores, arrimones, empujones, carcajadas y más carcajadas.
     De repente vi a Iñaki besando a una gordita y luego la gordita me besaba a mí, después su novio nos abrazaba a los dos y besaba a la gordita (Iñaki seguro negará los hechos, pero yo a esas alturas aún tenía un poco de claridad y el 2% de mis neuronas trabajando con lo que puedo constatar que es cierto, su señoría) y... y... y... y me solté el cabello me vestí de reina, me puse tacones, me pinté y era bella y caminé hacia la puerta te escuché gritarme, pero tus cadenas ya no pueden pararme... El Patrick Miller es una verdadera perdición. No se puede estar en ese sitio si no tienes una cerveza, pero el problema es que se acaban muy pronto y cuando menos lo esperas puedes tener catorce vasos vacíos en la mano y... y... y... y todos me miran, me miran, me miran porque soy linda, porque todos me admiran y todos me miran porque hago lo que pocos se atreverán y todos me miran, me miran, me miran, algunos con envidia, pero al final, pero al final, pero al final todos me amarán...
    Y dieron las cinco de la mañana y al ritmo de la gran Gloria Trevi, nos pidieron amablemente que nos sacáramos mucho a chingar a nuestra jechu.
     Al salir yo no podía caminar, Iñaki no podía ni hablar, sus amigas Verónica y Karla eran dos costales. Karla pidió un Uber, yo me llevé a Iñas, lo dejé a las cinco treinta am en su casa y lo primero que hizo fue sacar a pasear a su perro (me parece que el perro lo llevaba a él). Pero esto no acabó ahí. Todavía tenía un bulto llamado Verónica en el asiento delantero de mi coche.
     ¿Por dónde vives?, le pregunté. Como pudo me dijo que agarrara la carretera rumbo a Tamaulipas, que llegara Al Paso Texas, después que me siguiera derecho y pasara la frontera a Canada, ya llegando a Groenlandia das vuelta en "u", tomas Rojo Gómez, hasta topar con pared y donde veas un zaguán negro y escuches un piche perro que no deja de ladrar es ahí (de saber que vivía tan pinches lejos la hubiera dejado en la Catedral, en el Patrick Miller o paseando a Iñaki).
     En el camino me encontré con dos alcoholímetros, pero a esas horas ya habían recogido el puesto. Si la memoria no me engaña ese día llegué a las siete, antes meridiano, a mi casa y los efectos de la cruda comenzaban a morder mi cerebro. Como pude me quité la ropa, me metí entre las sábanas y caí en un sueño profundo.
     Y todo por salir a comer dos tacos de bistec (¡Pinches tacos de bistec!) (¡Pinche Iñaki!) (¡Pinche Verónica!) (¡Pinche Patrick Miller!) (¡Pinche cruda!).
     De verdad que esa noche la pasé como diría el chinito: bien-chin-gón.
     Amables lectores, por hoy es todo, deseo de verdad que tengan una semana llena de logros y que encuentren un motivo para que su vida valga la pena. Si desean saber lo que ocurrió con nuestro intrépido y atractivo protagonista en la primera cita que tuvo este año no dejen de sintonizar "Filosofía barata y zapatos de goma". Y por cierto, les suplico de la manera más gentil y atenta que escriban un comentario, no sean chacales.
     Descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
febrero xx-xx