miércoles, 5 de febrero de 2020



LA SUERTE DE LA BORRACHA A LA BONITA LE VALE MADRES

Adorables lectores: les comento que estoy muy entretenido con un libro bastante peculiar del gran John Connolly, se llama Todo lo que muere y, al mismo tiempo, me encuentro revisando varios títulos del legendario Paco Ignacio Taibo II. Y se preguntará usted, amable damita, gentil caballero, ¿cómo pa´qué? Lo que sucede es que tengo en mente un nuevo proyecto literario. Este año acabé mi primer libro y estoy esperando alguna convocatoria para  mandarlo a un concurso (junto con la panza porque la mía ya está de campeonato) (¡Pinche panza!). Mientras eso sucede deseo escribir una novela negra, tan negra como la memoria de nuestro ex jefe de policía, y es por ese motivo en particular que estoy checando algunas novelas policíacas para ver por dónde le llego a la que quiero hacer.
    Y dicho sea de paso, me gusta mucho el género, si tienen curiosidad les recomiendo darle un vistazo al inigualable Raymond Chandler, rífense Adiós muñeca o El largo adiós, cualquiera de esos dos libros; les juro no se arrepentirán. Para finalizar con el tema les prometo que les haré saber qué tal va el nuevo plan proyecto que pienso escribir, incluso, me gustaría compartirles los primeros capítulos, les garantizo que serán muy breves. Así pues, una vez dicho lo anterior, que no sé ni pa´ que se los dije, comenzamos:
     Coloque su asiento en posición vertical, acomode la mesa que se encuentra frente a usted y abroche su cinturón de seguridad, damita, caballero, ¡que estamos por despegar! 
     Como recordarán, en el capítulo anterior nuestro hábil y conspicuo protagonista se encontraba deglutiendo unos tacos de bistec cuando, de manera misteriosa y casi sin darse cuenta, terminó besando a una gordita a las tres de la mañana, mientras escuchaba a Gloria Trevi y bebía cervezas como si fueran botellas de agua bendita (que de hecho lo son). Recordarán también que después de dejar a Verónica en su casa (quien vivía más o menos por Kazajistán esquina con División del Norte) (¡Pinche Verónica!), se durmió a las 7am. Lo que no saben es que, por salud mental, se prometió a sí mismo no volver a llamar a nadie si alguna vez tiene la ocurrencia de volver a salirse de noche por unos tacos de bistec (¡Pinches tacos de bistec!).
     Ahora bien, debo confesar que después de ese incidente mi vida transcurrió de modo más o menos normal. La cruda me duró unos tres meses (¡Pinche cruda!) y justo me acababa de reponer, cuando se atravesó el cumpleaños del gran Iñaki. Y aquí vamos de nuevo, pensé, y en efecto. Sólo que esta vez todo fue un poco más surrealista. André Breton y Dalí hubieran tenido un ataque de envidia por lo que ocurrió aquel legendario 3 de enero del año en curso. Me explico:
     Todo comenzó el día previo a la fecha antes mencionada. Era el segundo día del año, justo un jueves, y recordé el cumpleaños de mi amigo (en realidad él me llamó para recordármelo, colgamos y ya después hicimos como si no hubiera pasado nada y le llamé para felicitarlo), me puse en comunicación con él, le envié un abrazo y le comenté que me gustaría invitarlo a cenar. Propuse La Montejo para tomarnos unas cervezas y poder rifarnos unos tacos de cochinitia pibil. Al parecer, el sujeto en cuestión, tenía un compromiso, pero aceptó gustoso la invitación y quedamos de vernos el viernes; hasta ahí todo iba más o menos bien (la noche siguiente la senda del destino se torcería de modo irremediable).
     Debo decir que el gran Iñas también escribe y, no lo hace nada mal, comparte conmigo el mismo gusto que siento por los libros; así que, salí de casa y me lancé por el regalo del pequeño querubín (¡Pinche pequeño querubín!). Después de meditarlo mucho me incliné por un compendio de cuentos del gran John Fante: El vino de la juventud. Lo leí hace un tiempo y me gustó mucho. Libro en mano, me hice bien uei toda la tarde y justo cuando estaba  por llegar la hora de la cita, el pequeño querubín me mandó un mensaje diciéndome que si no tendría algún inconveniente en que nos acompañara "Romi", quien pensaba invitar a una amiga. En ese instante sentí que un arcoiris iluminaba mi camino y que Dios sí existe aunque se enoje Nitetzche y se empute Zaratustra. Le dije que sí sin pensarlo. Se preguntará usted por  qué, amable lector. Lo que sucede es que Romina es una amiga de Iñaki que está bien guapetona y pensé: seguramente la amiga va a estar igual y en una de esas mucho mejor.
     El caso es que dieron las 8 de la noche y yo ya estaba en el lugar de reunión. Me dirigí al baño, me asomé al espejo y con un poco de saliva me aplaqué el gallo que traía en el cabello y me enchiné las pestañas (¡Pinches pestañas!). Ya más presentable me acerqué a la mesa y justo cuando iba a tomar asiento apareció en escena el cumpleañero, (¡Pinche cumpleañero!) quien portaba una camisita a cuadros, zapato tenis blanco y un abrumador aroma a colonia Sanborns (no se crean sí traía una loción bastante sofisticada). Le di un abrazo y le entregué su regalo. Debo confesar que se conmovió un poco, mi amigo es bastante sentimental. Pedimos unas Vikis y justo cuando nos estábamos rifando el segundo taquete de cochinita pibil, la gran "Romi" entró a la cantina repartiendo sonrisas y caderazos, la saludé, comenzamos a platicar y me dejó bastante sorprendido. Yo la había tratado muy poco, sólo la había visto una o dos veces y resultó ser la versión femenina del Escorpión dorado, es simpatiquísima, aparte de todo come bastante bien, lo que me agradó mucho, se merendó un caldo de pollo, una tortita de milanesa con queso y tres taqueshis de cochinita pibil.
     La noche tenía buena pinta (en ese instante no me imaginaba que en tan sólo dos horas más terminaría cargando un bulto llamado Anahí sobre Eje tres y Nuevo León) (¡Pinche Anahí!) cenábamos y bebíamos a carcajadas, cuando llegó el momento que el público estaba esperando: la amiga de "Romi" atravesó la puerta, la observé con detenimiento y no es que sintiera que el corazón se me saldría por las orejas, pero la chica en cuestión no estaba nada mal, de todas las citas que tuve el año pasado, ella era por mucho la más mejor.  
     Es fecha que no comprendo qué fue lo que pasó, cuando Anahí llegó me acababan de traer una cerveza, le cedí mi trago y después ella pidió dos mezcales, quizás serían 3 o tal vez 40 (cuando mucho). El asunto es que en menos de lo que tardaría José José en terminarse dos botellas de Bacardí blanco, la amiga de Romi ya arrastraba la lengua, hablaba un extraño idioma y le costaba trabajo hilar una frase con otra, yo pensé que no tardaría en comenzar a hacer burbujas con los mocos, por lo que  Romi le pidió algo de comer. Los de la Montejo nos dijeron que ya no era hora de comer, así que pedimos la cuenta y decidimos ir al Califa por unos tacuches para que a la señorita le asentara el alcohol y justo en ese momento, comenzó mi cuesta de enero (¡Pinches cuestas de enero!).
     Salimos de La Montejo, Iñaki y Romina se adelantaron y aquí su pendejo se quedó con el costal, tan pronto dimos unos pasos, debo decir que el pendejo iba casi iba cargando a Anahí, la nena se encontró una ecobici y se aferró al manubrio, resulta que se quería ir en bicicleta, Iñas y Romi me veían a lo lejos (¡Pinche Iñaki!) (¡Pinche Romina!) y yo no encontraba la manera de que la señorita soltara la bici. Después de un berrinche tipo niño de kínder en su primer día de clases, Anahí se apiadó y comenzó a caminar. Logré que anduviera una media cuadra, cuando de repente llegamos a una gasolinera y aquello parecía 11 de septiembre, ante mis ojos y en cámara lenta observé cómo la gran Anahí comenzaba a derrumbarse. Don pendejo intentó ayudarla y ella estando en el piso se dirigió hacia mí apuntándome con su dedo índice y de manera desafiante me dijo: "tú no estás en condiciones para ayudarme a ponerme de pie", y de plano en ese momento no pude más y me ganó la risa; solté una carcajada que seguro se escuchó hasta La Patagonia (nunca he estado en La Patagonia, pero presiento que está bien pinches lejos).
     Finalmente llegamos a la taquería, todos comimos algo, siempre pensé que no habría nadie en el mundo capaz de tomarse un jugo de carne con las manos, Anahí lo logró. El asunto es que la nena seguía bajo los efectos del alcohol y estaba a punto de arruinarnos la noche. Terminamos de cenar, pedimos la cuenta y nos dirigimos al lugar donde había estacionado el auto. Para mi desgracia regresamos por el mismo camino y acá el señor pendejo no pudo evitar que la niña se volviera a colgar de la bicicleta (¡Pinches bicicletas!). De nuevo logré que soltara el manubrio, sólo que aquello parecía lucha libre, Anahí tuvo otras tres caídas sin límite de tiempo. Llegamos al coche y entre los tres logramos meterla al asiento delantero.
     A esas alturas Romina estaba un tanto apenada, Iñaki aún tenía sed (de esa que da comezón en la garganta) y ganas de hacer algo, míster pendejo iba manejando y ya se estaba acostumbrando a los berrinches de la borracha (¡Pinche borracha!), por su parte, Anahí estaba inconsciente. Y justo en ese momento se me ocurrió preguntar: ¿qué quieren hacer? y justo en ese momento al gran Iñaki se le ocurrió contestar: vamos al Patrick Miller. Y entones supe que esto de nuevo iba a valer bien madres.
     No teniendo otra alternativa me dirigí al sitio en cuestión, estacioné el auto, compramos las fichitas y entramos. La borracha ya comenzaba a poder caminar sola, pero el gusto no nos duró mucho tiempo. De lo que sucedió después tengo pequeños fragmentos girando por las empantanadas cavernas de mi memoria: Romina bailando en medio de un círculo, Iñaki aplaudiendo, Iñaki brincando, Iñaki en el piso. La borracha más borracha, la tarjeta de crédito de Iñas pasando de mano en mano, cervezas, fichitas, más fichitas y más cervezas, vasos vacíos, bolas gigantescas con espejitos girando en el techo, gente, chingos de gente, mi cartera en el suelo, la borracha bailando, la borracha brincando, la borracha en el piso, música, chingos de música, luces de neón por todos lados, carcajadas y más carcajadas, hasta que nos volvieron a dar las cinco de la mañana y nos volvieron a pedir del modo más atento y amable que nos fuéramos mucho chingar a nuestra jechu (y dicho sea de paso, por más que busqué a la gordita, no la encontré) (¡Pinche gordita!).
     Por fortuna esta vez todos vivían más o menos cerca, así que, pasé a dejar a la gran Romi, al cumpleañero y a la borracha a sus respectivos hogares (¡Pinche gran Romi!) (¡Pinche cumpleañero!) (¡Pinche borracha!) (¡Pinche Patrick Miller!) y allí se rompió una jerga y todos nos fuimos a dormir.
     De Anahí es fecha que no sé nada (y no sé si quiero saber) a Iñaki lo veré el siguiente viernes, al parecer Romina saldrá con nosotros y yo me lanzaré con una lectora que prefiere conservar su identidad en el anonimato. Me parece que nos dirigiremos a un lugar nostálgico y de bajo presupuesto, no sé muy bien a donde iremos, pero sí sé que seguramente la pasaremos biendepocamadres.
     Por ahora sería todo, si desea usted, damita, caballero, saber lo que sucede este fin de semana con nuestro atractivo y enigmático protagonista, y su guapísima y anónima lectora, no deje de sintonizar "Filosofía barata y zapatos de goma". Cíao, descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
febrero xx-xx


2 comentarios:

  1. Bravísimo por las burbujas con los mocos! Felicidades a nuestro amigo Iñaki a 1 mes de su cumpleaños que, por cierto, seguro no olvidaré

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  2. Luluuuuuuuuuuú, un placer tener noticias tuyas. Y sí, tiene usted razón, adorable lectora, la frase "hacer burbujas con los mocos" es una bellísima expresión. Por otro lado creo que bien podríamos celebrar de nuevo el cumpleaños del gran Iñaki (si llegara Anahí, tenemos dos opciones: o guardamos el alcohol o procuramos caminar por algunas calles sin ecobicis). Tú nos dices qué día y celebramos. Te mando un abrazo. Espero verte en breve. Cíao y, por favor, no olvides soñar.

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