martes, 21 de abril de 2020


LA CUERENTENA (SEGUNDA PARTE)
(¡PINCHES SEGUNDAS PARTES!)


Me celebro y me canto 
y de aquello que yo me apropie habrás de apropiarte
porque todos los átomos que me pertenecen también te pertenecen.

Me entrego al ocio y agasajo mi alma; 
me tiendo a mis anchas a observar un tallo de hierba veraniega.

Mi lengua, todos los átomos de mi sangre, formados de esta tierra y este aire.

Nacido aquí de padres que nacieron aquí, lo mismo que sus padres:
A los treinta y siete años de edad, con la salud perfecta, empiezo.
Y espero no cesar hasta la muerte.

Y así es, damita, caballero, creo que el gran Whitman sabía perfectamente lo que era necesario hacer mientras nos vemos obligados a vivir en cuarentena. Como muchos de ustedes sabrán, los versos  escritos con antelación forman parte del legendario "Canto a mí mismo". El aguerrido Walt Whitman se rifó, hace ya algún tiempo, un libro denominado Hojas de hierba, en sus páginas se puede encontrar este poema y algunos otros más. La verdad es una maravilla. 
     Whitman es uno de los poetas que más me gusta, recurro a él con frecuencia, escribe con un desparpajo y un cinismo que cualquiera envidiaría; al menos yo sí y mucho. Si tienen chance no dejen de darle un vistazo, a mi gusto es una lectura obligada.
     Y después de esta poética introducción, adorables criaturas, les pedimos que abrochen su cinturón de seguridad, acomoden la mesa de servicio que se encuentra frente a ustedes y coloquen el respaldo de su asiento en posición vertical que, ¡estamos por despegar!
     Como recordarán, en el capítulo anterior, nuestro intrépido protagonista se encontraba caminando sobre arenas movedizas, mientras lidiaba un duelo a muerte con la cuarentena, y hablaba un poco sobre la forma en la que le da por escribir. Creo que es momento de cerrar esa página y hablar de otras cosas más interesantes (que seguro hay un chingo).
     Y dicho sea de paso, ¿no se sienten como Joaquín Sabina?: ¿quién coños nos ha robado el mes de abril? A estas alturas me parece que eso es lo de menos, lo que me preocupa es que ya le hayan encargado una versión de la misma rola para los meses de mayo, junio, julio y agosto. Está bien que no la estoy pasando mal, pero pensar que tendría que vivir tanto tiempo sin salir de casa, me hace sentir un calambre entre el metatarso, la glándula pituitaria y el duodeno (como se imaginarán no sé nada de anatomía, pero me supongo que eso suena lo suficientemente dramático para hacerles comprender mi angustia). Sólo espero que este desmadrito no llegue hasta Navidad.
     Creo que saliendo de esto voy a parecer náufrago, pero en versión llanta de camión de volteo, por una parte, poco me falta para comerme la mesa; la culpable es la roomie (¡Pinche roomie!) cocina bien chingón, hoy se rifó unas tostadas de picadillo me-mo-ra-bles. Por otro lado, si algo me crece al mismo ritmo que la panza es el cabello; traigo unas greñas que podrían ser la envidia de Daniela Romo, y para chingarla de acabar, se me terminaron los rastrillos, así que, no me he rasurado y mucho me temo que voy a finalizar este encierro con una barba igual a la de los enanitos de Blanca Nieves.
     En cuanto a la roomie todo va más menos bien, sólo que en ocasiones se le traba el clutch y se le atoran la velocidades. Hoy estaba un poco molesta porque se le despedorró el trapeador, la neta es que hace el quehacer (la palabra quehacer es como el verbo sancochar, me hace mucha gracia, es fecha que no entiendo por qué se le dice quehacer al hecho de llevar a cabo la limpieza, mucho menos sé por qué algunos ingredientes en la cocina se tendrían que sancochar) como si buscara que la Secretaría de Gobernación le otorgara un certificado tipo ISO 9000.
     En honor a la verdad, doña roomie, parecía bulldog defendiendo sus croquetas, estaba bien emputada, y como he aprendido que un hombre logra la madurez cuando aleja de sí mismo toda situación de peligro y, sobre todo, cuando ha comprendido que bajo ninguna circunstancia es válido contradecir a una mujer, decidí tomar mi sana distancia, junto con mis chingaderas, e irme a escribir a la azotea (no se crean, me quedé en el pasillo).
     Por cierto, si algún día llegaran a odiarme tanto que tuvieran la imperiosa necesidad, o el inevitable deseo, de ver mi humanidad desintegrarse, sólo deben hacerle saber a doña roomie que tengo un blog y que, de vez en cuando, escribo una que otra cosa que hacen cierta referencia, a cierta roomie, que hace ciertos corajes, con la que comparto cierto espacio, y entonces sí, me parece que mi integridad física correría un grave peligro y preferiría mudarme a Jupiter antes que confrontar la furia de doña roomie la vengadora anónima.
     Dándole un giro a la información (perdón, me está haciendo daño ver tantas noticias), les diré que me di a la tarea de hacer una relectura; nunca he sido partidario de leer el mismo libro dos veces, debido a que tengo infinidad de textos pendientes, pero hay ocasiones en que es inevitable. Rulfo es el claro ejemplo, he leído Pedro Páramo unas cinco veces y creo que aún me restan otras cinco lecturas para dimensionar el tamaño de la obra en cuestión.
     El asunto es que hace poco una guapísima lectora, que ha preferido guardar su identidad en el anonimato, me preguntó acerca de algún libro que hablara sobre epidemias, pandemias y mentadas de madre cósmicas (es que eso es lo único que nos falta), así que recordé al inconmensurable Yuri Herrera y su espectacular libro titulado La transmigración de los cuerpos. Y no, gentil damita, enjundioso caballero, no es que la novela, en cuestión, hable de mentadas cósmicas, no, señor, más bien es una historia monumental y pensé que sería una buena idea volver a leerla.
     Sólo con recordar que hay un personaje denominado "La tres veces rubia" y de saber que en el relato hay un sujeto que es igual de uei o más que yo para ligar (en realidad el personaje de la novela es todo un garañón denominado "El Alfaqueque", el comentario anterior es sólo una ironía remitiéndome al tres veces zoquete que esto escribe) la lectura ya se me antojaba. Aparte de todo, la prosa del gran Yuri Herrera es como rifarse unas quecas del mercado de Coyoacán; el tipo escribe bien de poca madre.
     Todo comienza con una extraña enfermedad que es transmitida por un mosco (acá no había un pinche chino tragando tamales de murciélago) (¡Pinches chinos!) (¡Pinches murciélagos!), de tal suerte que el virus también puede contagiarse a través de la saliva de las personas ya infectadas y, de un momento a otro, aquello termina convirtiéndose en una colosal pandemia; este escenario es el telón de fondo para que se desarrolle la historia.
     En mi vida me hubiera imaginado que podría leer una novela en donde un sujeto se hiciera llamar "El Ñandertal" y que a otro personaje se le denominara "La Ingobernable" (en la vida real conozco varias).
     Así pues, mientras la gente se mantiene encerrada en casa guardando sus miedos y sus oraciones, aparecen en la ciudad dos muertitos que tuvieron a bien quebrase en el lugar equivocado.
     El gran Alfaqueque, quien es un tipo verboso y bastante hábil, será el encargado de poner las cosas en su lugar, ya que hay dos familias engarzadas en un pleito ridículo y un tanto añejo y cada una de ellas tiene en su poder al difunto equivocado.
     No les digo más para no echarles a peder el libro y si les da curiosidad se lancen a conseguirlo (creo que debería decir que si lo desean leer, habrán de pedirlo con entrega a domicilio, ¡chale!), les aseguro que no se arrepentirán. A mi juicio, Yuri Herrera es el mejor escritor mexicano respirando sobre el planeta.
     Para finalizar, les diré que leyendo a Whitman comprendí que todo ser humano lleva consigo el universo pulsando en su interior: el vaho de tu aliento, los latidos de tu corazón, el fluir de la sangre y del aire a través de tus pulmones, el sonido de tus palabras que se pierden en los remolinos del viento; el preso, el cura, el banquero, el usurero, el carpintero, el social, el demócrata, el fumador de opio, la prostituta, el arador que ara, todos formamos parte de esta tierra y de este aire.
     Sé que pronto desbordaremos las calles y las llenaremos de estruendo y de sonrisas, nos abrazaremos e intentaremos ser felices de nuevo y, como Whitman, no cesaremos hasta la muerte.
     Por ahora sólo deseo que la noche nos arrope con su pecho desnudo; llegó el tiempo de dormir.

     Descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
abril     xx-xx




2 comentarios:

  1. Mijoooo... lo más correcto sería decirte que qué belleza que incluyeras un poco de poesía en tu blog (muy bonitísima, por cierto) pero en realidad no soy de poesía y no me gusta Joaquín... Me quedo con la poética descripción del calambre que sentiste de cabo a rabo... queremos ver tu foto greñudo, que sea tu presentación del blog

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  2. Qué lástima que no te agrade el gan Joaquín, con respecto a la poesía, quizás te vendría bien leer algo más contemporáneo (tuve una maestra que aún escribe sonetos y créeme que esos sí los odio con toda el alma), por último, con respecto a la foto, creo que sería mejor no publicarla, lo hago así por tener una deferencia para con los lectores. Bezazoz, Lú!

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