jueves, 7 de mayo de 2020

LAS UVAS Y EL VIENTO

“Los libros no son para coleccionarse o para exhibirlos sobre un librero como si fueran trofeos de guerra; los libros son para leerse… y ni siquiera para eso. Los libros son una guía para aprender a vivir…”
Así hablaba mi psicoanalista, llevaba ya catorce años en terapia y aún me dolía confesar, delante de él, algunas cosas, como el hecho de que me había vuelto adicto a comprar libros. Desde hace algunos años, adquirí la costumbre de buscar escritores poco conocidos, de esos que les llaman autores de culto. También sentía una extraña pasión por adquirir libros raros y, desde luego, nunca podía dejar pasar una primera edición.
Recuerdo que aquel día, abandoné la terapia con un sentimiento de culpa tan grande como el que debió sentir Caín después de contemplar el cuerpo de su hermano tendido sobre la arena. Luego de meditarlo por un buen tiempo, pensé que lo mejor que podía hacer era deshacerme de mi biblioteca, así que, entré a mi departamento y comencé a seleccionar todas las novelas y los ejemplares que de sobra sabía que sólo eran un estorbo o un simple capricho. Tenía unos cuatro mil títulos. Después de una búsqueda meticulosa y extenuante terminé.
         Al día siguiente, con tres libros en la mano, producto de la meticulosa búsqueda, salí de mi casa rumbo al trabajo, pensaba vendérselos a algún aficionado a la lectura o incluso prefería regalarlos antes que mal venderlos en alguna librería de viejo. La tarde transcurrió con normalidad aún no hallaba a quién entregarle el bulto que anidaba en mi portafolio (debo reconocer que me dolía desprenderme de los libros), así que, decidí salir a comer.
En ese momento sonó mi teléfono, era un buen amigo que me llamaba para ofrecerme una edición de Neruda que llevaba bastante tiempo buscando; comencé a temblar, las manos me sudaban, el corazón cabalgaba en mi pecho como si quisiera abandonarme y a pesar de la emoción opté por declinar la oferta y le dije a mi amigo de manera tajante que no compraría el libro, que había cambiado y que, por favor, a partir de ese momento dejara de buscarme.
Me sorprendió la manera en la que había liquidado el asunto, tal vez la terapia, por fin, lograba tener un efecto contundente en mis decisiones. Regresé a la oficina, aún tenía varios pendientes que decidí dejar en el último rincón del limbo que encontré en mi trabajo, pues necesitaba salir con urgencia; quería respirar un poco de aire fresco.
La tarde pasó sin mayores contratiempos y con la naturalidad de siempre, la verdad es que  soy un tipo de lo más aburrido.  
Esa noche llegué a casa y me dirigí a mi librero para llenar los tres huecos que había en él. No sin antes haber pasado casi dos horas contemplando al nuevo miembro de la familia, era un hermoso libro de Neruda titulado Las uvas y el viento.
Me parece que, de ahora en adelante, tendré que tratar otros conflictos en la terapia, aunque, pensándolo bien, creo que llegó el momento de cambiar de psicoanalista.

gabriel duarte
mayo xx-xx



jueves, 30 de abril de 2020

SOBRE EDWARD ALBEE Y TRES LIBROS DE TARIO

resulta que la roomie se puso creativa, un fenómeno llamado Anahí la inspiró, y decidió que el día de hoy comeríamos enfrijoladas; por fortuna no serán de tofu (no sé qué invento chino sea el tofu, pero después de lo que pasó con los murciélagos no se me antoja saber nada de inventos chinos) (¡Pinches chinos!), así que, me tocó deshebrar el pollo y me siento como si me hubieran mandado a las mazmorras a pelar patatas. 
     Mientras desmenuzo unas pechugas gigantescas (que más bien parecen pechugas de rinoceronte), una pequeña pregunta se me trepó por el tobillo y continuó ascendiendo por mi regordeta humanidad, hasta que fue a parar a mi oído; después de un rato, la pequeña pregunta emitió un ligero murmullo: ¿y ahora qué chingados vas a escribir para el blog, cabroncito? ¡En la madre!, exclamó el cabroncito, ¿qué chingados voy a escribir?
     Justo en esas estaba cuando recordé algo de mayor importancia: se me acabó el desodorante (¡Pinche desodorante!), pero, la roomie es muy precavida, su casa parece tienda de abarrotes y tiene de todo (tres escobas distintas para barrer tres superficies distintas; cuatro tipos de aceite: aceite de oliva, aceite para cocinar, aceite con especias y estoy seguro que también tiene aceite para motor; cinco clases de jabón; diez mil cuchillos, en fin, tiene de todo) así que, no le he preguntado, pero sospecho que en la despensa debe tener unas cien marcas de desodorante, sólo que no creo que haya desodorante para hombre, por lo tanto, supongo que el día que abandone este encierro (si es que eso llega a suceder) saldré de aquí oliendo a mum bolita mágica.
     El caso es que el cabroncito terminó con el pollo y llegó el turno de ponerle en su madre a la temible cebolla. Mientras picaba la cebolla, para preparar las enfrijoladas, comencé llorar. Lo único bueno fue que con el llanto dejé de lado las pequeñas preguntas y encontré algo, en los nebulosos pasillos de la memoria, que había olvidado y que necesitaba escribir.
     Verán: hace mucho tomé unas clases de teatro, más bien eran clases de dramaturgia (no me imagino de actor y haciéndole al Brad Pitt, ni de broma). La maestra era una muy mala dramaturga, pero muy buena maestra y una porquería de persona; el asunto es que un día llegó muy puntal a dar la clase y nos repartió unas copias fotostáticas, se trataba de una obra del gran Edward Albee, recuerdo que me gustó, pero no recuerdo que me hubiera gustado tanto. Era un montaje de cuatro personajes, el cual leímos en grupo; es decir, la inmamable maestra, seleccionó a cuatro alumnos quienes comenzaron a leer, mientras los demás escuchábamos y seguíamos el guion con nuestra respectiva copia. Fue algo que nunca había hecho y la sensación me dejó impresionado. Era como haber asistido al teatro y ver la obra sin verla. Le llaman lectura dramática (creo).
     Pasó el tiempo y después de dos semestres un compañero seguía obsesionado con la obra, se llamaba: Marina (la obra, no mi compañero). Me dijo que había buscado el libro por todo el continente y no había tenido éxito, así que, viendo su angustia, me sentí bien chingón y decidí buscarle el texto de Edward Albee. 
     De lo primero que me enteré fue que la publicación la había hecho una pequeña editorial, no tenían presupuesto y la primera y única edición estaba agotada. Por lo que tuve que recurrir a cuanta librería de viejo se me cruzó por el camino. 
     Cierto día, y más bien buscando unos libros de Tario, llegué a un lugar donde me atendió un sujeto bastante agradable; me dijo que en ese sitio no tenían nada de Francisco Tario, pero me dio el teléfono de su hermano y me comentó que sería probable que él pudiera tener alguno.
     Así que, llamé al misterioso individuo y nos quedamos de ver en una cafetería. Me llevó algunos libros, no recuerdo muy bien los títulos, sólo recuerdo que le compré uno o dos porque eran bastante raros. 
     En aquella ocasión, estábamos por el sur y los dos teníamos que dirigirnos al centro de la ciudad, así que, concluimos nuestro negocio (muy pinches negociantes) y nos fuimos juntos. En el camino le pregunté por el libro de teatro que mi compañero tanto había buscado. Para mi sorpresa me respondió que él lo tenía. En ese momento pensé: “seguro este brother me está viendo cara de nixtamal y esto se trata de una sucia jugarreta para orillarme a ir a su librería y ver qué más puede encajarme”. Decidí seguirle el juego y lo acompañé a su local; después de unos minutos llegamos, abrió las pequeñas puertas de su negocio y en menos de veinte segundos sucedieron dos cosas: a) puse la mejor cara de imbécil que tenía a la mano y b) me entregó el libro. El texto se llama Teatro norteamericano contemporáneo.
     Ese día pasé de la emoción, al remordimiento y luego al gozo en tan sólo 7.4 segundos, pues me alegré por mi compañero de clases, al fin le había conseguido su libro, pero enseguida dudé si no sería mejor quedármelo y, la verdad, eso fue lo que hice, porque me enteré que Edward Albee ganó el premio Pulitzer (que es como un Nobel en el periodismo) con esa obra y también había escrito La historia del zoológico ¿Quién teme a Virginia Woolf?, entre muchas obras más. 
     Por fortuna, tan sólo unas semanas después, en una feria de libros, conseguí otro ejemplar y esta vez sí fue a parar al librero de mi compañero de clases (al César lo que es del César).
     Pero si piensan que la historia acabó aquí se equivocan. Al día siguiente de haber conocido al misterioso individuo, me llamó y me dijo que tenía varios libros de Tario y, esta vez pensé: “favor de no mamar, eso no puede ser posible”. Llevaba chingos de tiempo buscándolos. Me dirigí de nuevo a su pequeña librería y puso en mis manos tres primeras ediciones, se trataba de: Tapioca inn. Mansión para fantasmas, Aquí abajo y La noche. Yo no lo podía creer. Eso era un absurdo. De nuevo sólo había dos posibilidades: a) o yo era un pendejo que no sabía buscar ni madres o b) el misterioso individuo tenía una imprenta y se dedicaba a falsificar libros antiguos. 
     El caso es que pasó el tiempo y seguí visitando la pequeña librería con frecuencia para comprar algunos libros y gracias a todo este desmadrito, me encuentro escribiendo estas líneas, pues ahora, el misterioso individuo y yo, somos muy buenos amigos y me invitó a escribir en este blog.
     Jamás olvidaré que un día me vendió un libro de Fernando Pessoa, era una antología de poemas y… ¡no tenía Tabaquería!, eso es imperdonable, una antología de Pessoa sin Tabaquería es como un Sancho sin Quijote o como un taco de suadero sin cilantro.
     En fin que, les dejo aquí los primeros versos del referido poema: 

No soy nada
Nunca seré nada
No puedo querer ser nada
Aparte de esto, llevo en mí todos los sueños del mundo…

     Para finalizar les diré que ni mi amigo ni yo nos dimos cuenta, pero el libro de Edward Albee tenía el autógrafo del escritor y, en teoría, ese detalle genera que el libro tenga un mayor valor. Por otra parte, volví a leer la obra, me gustó mucho y, por si tenían la duda, les comento que, a pesar del llanto por picar la cebolla (¡Pinche cebolla!) y las pequeñas preguntas, las enfrijoladas quedaron bien de pocamadres. Así pues:

     Descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
abril xx-xx

lunes, 27 de abril de 2020

HISTORIA DE UN DEICIDIO

Antes de entrar en materia, les diré que, como mucha gente, llevo más de un mes encerrado; por fortuna vivo con una amiga, creo que si estuviera viviendo solo ya estaría a punto de arrojarme por el balcón.
     No sé ustedes, pero, yo tengo un pequeño gran desmadre con los horarios y las horas de sueño. La roomie se despierta más temprano que yo (me parece que sería más correcto decir antes que yo, y no más temprano, eso de levantarse a la 1:30 pm, no me suena a que sea muy temprano), prepara el desayuno y me avisa cuando está listo; con la noche aún agazapada en las entrañas intento ponerme de pie y comienzo a caminar como si lo hiciera a través de un campo minado. Hago malabares para llegar a la cocina y cuando por fin me acerco al comedor, la roomie tiene unos deseos inconmensurables de hablar. Yo, en ese momento no sé si estoy vivo, muerto o en una pesadilla, sólo percibo una tormenta de ideas a la vez y me siento como si estuviera escuchando Juana la Cubana a todo volumen.
     Después de lavar los trastes, poco a poco mi cerebro comienza a desapendejarse, pero es inminente que me dirija a la regadera para despertar por completo y poder comprender el mundo en su totalidad (o lo que comprendo en un día normal, que es nada o casi nada).
     Una vez que salgo del baño me encuentro listo para leer o para escribir algo, según sea el caso. Esta semana me acompaña la gran Rosario Tijeras, del colombiano Jorge Franco; la novela está a toda madre, pero como de lo que se trata aquí es de hablar sobre libros, hallazgos y librerías de viejo, les contaré algo que me sucedió algunos años atrás.
     Verán: hace un tiempo conocí a García Márquez, bueno, no lo conocí a él, quiero decir que leí uno  de sus libros; por todos lados escuchaba que Cien años de soledad era la obra cumbre, como una especie de Quijote contemporáneo, que se trataba de un libro fundamental para comprender el realismo mágico, el boom latinoamericano y montones de cosas más.
     El asunto es que terminé la novela y me pareció deslumbrante la manera en la que está narrada, y la forma en la que el autor logró tejer una historia tan compleja, sin dejar de lado que la prosa y el lenguaje utilizados son magistrales. Me sorprende la facilidad que García Márquez encontró para crear personajes tan verosímiles, pero tan ajenos de nuestra realidad y a la vez tan cercanos a ella, en fin que, podría hablar hasta el cansancio de Cien años, pero me parece que gente mucho más capaz, ya lo hizo hasta el aburrimiento. Así que, para finalizar con este punto, sólo he de decir (y que Dios y los amantes del Gabo me perdonen) que leí dos veces el libro y ninguna de las dos ocasiones me enganchó por completo, pero sí pensé, de dónde demonios se le habrán ocurrido tantas cosas y qué asuntos tendría que vivir un escritor para escribir algo así.
     Como de costumbre, descubrí que alguien ya había pensado lo mismo, con la ligera diferencia de que el sujeto en cuestión era Mario Vargas Llosa, quien escribió un libro denominado Historia de un deicidio y resulta que dicho trabajo fue su tesis doctoral.
     Ahora bien, el título original era García Márquez: lengua y estructura de su obra narrativa,  pero cuando se publicó, la editorial le cambió el nombre, haciendo referencia a algo que me pareció bastante interesante: "deicidio" viene del latín y significa algo así como matar a Dios. 
     En su tesis, Vargas Llosa compara diversos acontecimientos ocurridos en la vida de García Márquez en relación a su literatura y desarrolla una teoría en la que se supone que el escritor se rebela contra la realidad e intenta sustituirla por la ficción que él mismo inventa y de este modo suplanta el poder de Dios.
     Tomando en cuenta todo lo citado con antelación, el libro ya parece deseable, si a esto agregamos que Vargas Llosa y El Gabo se pelearon por una mujer y que a raíz de este acontecimiento el colombiano no permitió que se volviera a publicar, el libro resulta aún más tentador.
     El asunto es que un día llegué con cierto amigo, que me invitó a escribir en cierto blog, ciertas cosas que pasan con ciertos hallazgos y en ciertas librerías de viejo. Le pregunté que si no había manera de conseguir el mencionado texto de Vargas Llosa, a lo que me respondió: "un día estuve muy cerca de tenerlo, sólo una mesa y una sabandija me impidieron conseguirlo" (en realidad mi amigo no dijo sabandija, porque él es muy propio, pero, como se habrán dado cuenta, yo no). Me explico:
     Era un día como cualquier otro día, me quedé de ver con mi amigo para tomar un café, el lugar de la cita, estaba ubicado a unos cuantos locales de una librería de viejo, nos reunimos y mientras tomábamos un capuchino, le hice la pregunta sobre el libro y me dijo que, en días pasados, había llegado a la librería a la que teníamos pensado ir; como era su costumbre comenzó a analizar los libreros y desde muy lejos reconoció el lomo de Historia de un deicidio, estaba por tomarlo cuando se entretuvo en una mesa de baratijas y justo en ese momento un escritor entró a la librería, observó el libro, lo tomó, as soon as enchinga, se dirigió a la caja, lo pagó y se lo llevó. Mi amigo se quedó viendo al fulano aquel, como cuando Juan Diego vio a la virgen. Y ante sus incrédulos ojos observó cómo se le escapaba el libro de Vargas Llosa.
     Cuando le pregunté quién era el sujeto que prácticamente le había quitado el texto de las manos, me respondió que no lo conocía mucho, sólo sabía que era un escritor nacido en León Guanajuato en 1965, que había sido becario del Sistema Nacional de Creadores y de la fundación John Simon Guggenheim. Que era autor de las novelas Nostalgia de la sombra, El rostro de piedra y de nueve libros de cuentos, varios de ellos traducidos al inglés, al francés y al portugués. Que había ganado varios premios de cuento, entre ellos el Certamen Nacional de Cuento, Poesía y Ensayo de la Universidad Veracruzana (1994), y el premio de cuento Juan Rulfo (2000) otorgado por radio Francia Internacional y que su recopilación de relatos Sombras detrás de la ventana (2010) obtuvo el premio de Literatura Antonin Artaud, otorgado por la Embajada de Francia en México, pero no recordaba su nombre.
     Con tales referencias yo no sabía si reír, rezar o llorar, sólo me quedó el consuelo que nos queda a todos los bibliófilos cuando perdemos un libro: "al menos, creo que quedó en buenas manos".
     Para finalizar les diré que leyendo Rosario Tijeras, de casualidad me encontré un párrafo en el capítulo doce (que justo es en el que voy) que quizás podría resumir el sentimiento de mi amigo:
     "...volví a mi casa. No tuve que decir nada, en mi cara se leía todo y la lectura debió ser patética, porque en lugar de reproches recibí sonrisas entumecidas y palmadas en la espalda, aunque nada de eso alivió la congoja que sentía. La sensación era la de haberme chocado a gran velocidad contra un muro, dejándome tan aturdido que no podía definir sentimientos, tampoco podía entender la situación que me había llevado a sufrir ese tremendo choque, trataba de poner las ideas en orden para hacer un diagnóstico de mi mal, pero no fui yo, sino alguien de mi familia quien acertó cuando se decidieron a poner el tema sobre la mesa..."
     En fin, no sé si él se sentiría de este modo, pero cuando me enteré de su historia, yo sí me sentía así, quizás peor.
     Por ahora la noche se devoró los colores, no me resta más que pedirles lo que les pido todos los días después de escribir:
     Descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
abril    xx-xx


viernes, 24 de abril de 2020

LA CUARENTENA ATACA DE NUEVO

Me encontraba muy ocupado sacándome las pelusas del ombligo y pensando en hurgarme los quesitos de los pies, cuando recibí un mensaje inesperado, que, como diría cierto pendejo (cuyo nombre por ahora no quisiera recordar), me cayó como anillo al dedo. Me explico:
     Conozco a un amigo desde hace muchos años, desdenantes que la palabra coronavirus entrara en mi vocabulario, y me enteré que es uno de mis lectores frecuentes (si digo lectores es porque con él ya son dos); quería hacerme una invitación. Me dijo, en su mensaje, que había abierto un blog para narrar sus aventuras en el mundo de la venta de libros usados y mucho le gustaría que me rifara uno que otro artículo que hablara sobre el tema para poder compartirlo y crear una comunidad de lectores, escritores, fanáticos de los libros y de la bibliofilia (en realidad no me dijo todo eso, pero eso fue lo que entendí). Y a mí que casi no me gusta escribir acerca de esos menesteres, accedí de inmediato. 
     Es curioso, debo confesar que justo le acababa de preguntar a un maestro, que me dio clases de cuento, si no sabía de alguna revista, periódico o algún otro medio (de moral dispersa y de dudosa reputación) que quisiera publicar, de manera frecuente, algún artículo con el tono de las xaladas que me da por escribir; me dio ciertos datos, los cuales agradezco mucho, pero nada en concreto. 
     Así que, como siempre nace una oportunidad y de hoy en adelante me propuse no dejar pasar ninguna experiencia que pueda orillarme a crecer o a ser un mejor ser humano (que la neta no sé si mi caso tenga remedio), comencemos: 
     Les decía que andaba buscando la mejor manera de hacerme bien uei, porque uno tiene sus métodos y se da sus mañas, pero después de un mes de estar encerrado los recursos se me estaban agotando y además la presidencia ya está ocupada, así que, una de las mejores terapias que he encontrado para que las horas se escurran sin sentirlas, aunque corran con lentitud, es dedicarme a leer. 
     Estaba intentando localizar alguna víctima en mi librero cuando se me atravesó el gran Francisco Tario. Como muchos de ustedes saben, Tario fue un individuo bastante peculiar, fue vecino de Octavio Paz, portero del Club Asturiano, tenía un cine en Acapulco, tocaba el piano y aparte de todo eso tenía una esposa que estaba como dirían las ñoras de Polanco: goooapísima; se llamaba Cristina Ofarrell o Farrel o algo así. En seguida lo busco y les digo (supongo que Tario también cantaba cumbias, mascaba chicle, planchaba ajeno y sabría cocinar, barrer, trapear, pintar, bailar pegadito y hacer trú trú).
     Por si no fuera suficiente, escribía y la verdad lo hacía de manera soberbia; hay quienes dicen que si no hubiera nacido en México su literatura podría haber alcanzado los registros del mismo Borges, no sé si sea para tanto, pero el asunto es que por un tiempo fue un escritor de culto y poder leerlo era muy complicado, conseguir sus libros era casi imposible, pues jamás se hizo ninguna reedición de sus manuscritos hasta épocas muy recientes.
     En cuanto a su bibliografía, lo primero que me viene a la mente es un ejemplar de cuentos titulado La noche. En él, los objetos toman vida y se convierten en narradores de las historias. De tal manera que al leerlo podemos ser capaces de sentir con claridad lo que podría pensar un ataúd al ser enterrado; lo que sucede en la mente de un buque antes de naufragar; o vivir una noche de juerga con un traje que se sale del armario y le da por irse a vagar de madrugada por la ciudad, para encontrarse con uno o dos vestidos y caer fatalmente enamorado.
     Si no mal recuerdo, Tario escribió unos diez libros: Yo de amores que sabía, Breve diario de un amor perdido, Equinoccio, La puerta en el muro, Aquí abajo, La noche, Tapioca inn. Mansión para fantasmas, Una violeta de más, Acapulco en el sueño, El jardín secreto y una obra de teatro denominada El caballo asesinado; esta última publicada de manera póstuma, lo mismo ocurrió con El jardín secreto.
     Del mismo modo, la familia editó una pequeña recopilación de cuentos ilustrada por uno de sus hijos; es curioso, encontraron un mueble viejo y al moverlo, o quizás al andar meticheando, aparecieron varios textos inéditos. Uno de ellos es un cuento que Tario les contaba a sus hijos antes de dormir y habla acerca de unos guantes asesinos (sin duda también era un romántico).
   Y hasta donde entendí, de lo que se trata en este artículo es hablar sobre libros, librerías de viejo y hallazgos, así que, les comentaré que tengo en mi biblioteca casi todas las primeras ediciones del inigualable Tario (alguna vez le confesé esto a cierto amigo y me dijo que él sabía de alguien, que justo revivió el fenómeno de este escritor, que podría ser capaz de matar por conseguir esas ediciones, espero no invitarlo nunca a mi casa. Por fortuna no lo conozco y muchas ganas no tengo). Debo confesarles que sólo me falta un libro: Yo de amores que sabía (si alguien sabe de él le ruego información, cien mil o un millón yo pagareeeee-é) con esa novela mi colección estaría completa. El asunto es que se imprimió hace ya algunos años, para ser concreto en 1950, y el tiraje fue de la fabulosa cantidad de 125 ejemplares.
     Ahora bien, me gustaría hablar de cómo llegó a mis manos El jardín secreto, debido a que sucedió algo bastante peculiar con esa novela. Tario la escribió, pero, por algún motivo que desconozco, él nunca la publicó, así que se editó después de su muerte y, para chingarla de acabar, no se vendió y todo el tiraje (o casi todo) terminó en la guillotina o más bien en alguna reclicladora de papel.
     Una mañana sonó mi teléfono y resulta que el gran amigo que me orilló a escribir esto, tenía un ejemplar; así que acudí as soon as en chinga a su librería, que antes estaba ubicada a las afueras de la Biblioteca México (si no han ido están bien zoquetes, la remodelaron y quedó bien de poca madres, pueden ver las bibliotecas personales de Alí Chumacero, gran poeta y antiguo editor del Fondo de Cultura Económica, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Octavio Paz, premio Nobel, Carlos Monsivais y José Luis Martínez). Llegué a su local y me mostró el libro, yo quería llorar de la emoción, comencé a sudar y se me quería salir el corazón por el sobaco, estaba seguro que no podría llevarme la novela, pensé que no traería el dinero suficiente; es fecha que no comprendo cómo pude comprarlo por tan sólo doscientos pechereques.
     Para ser muy franco, creo que ha llegado el momento de darle un vistazo, pues espero que este desmadrito no llegue hasta Navidad, pero aún me faltan chingos de días para poder salir de mi casa. Así que, prometo empezar con El jardín secreto; aunque sabiendo que quizás sólo haya unos cuantos ejemplares vivos caminando de puntillas por alguna que otra biblioteca, no me dan ganas ni de verlo, porque para hacer pendejadas me pinto solo y me da miedo mojarlo, mancharlo o hasta romperlo, en fin, seré cuidadoso y ya les contaré qué tal está.
     Para finalizar, les diré que seguiré encerrado y estaré rasking the balls at my house lo que resta de este mes y el siguiente (ya me estoy quedando sin uñas). Por otro lado, estaba pensando que este asunto podría concluir con unos versos del gran Jaime Sabines. La razón es muy simple, la verdad, este fue el primer libro de poesía que compré; lo hice una tarde de desesperación, pero esa ya es otra historia:

"Si sobrevives, si persistes, canta,
sueña, emborráchate.
Es el tiempo del frío: ama,
apresúrate. El viento de las horas
barre las calles, los caminos.
Los árboles esperan: tú no esperes,
este es el tiempo de vivir, el único".
   
     Estoy seguro que nos veremos en breve, cuídense mucho. Y por cierto, la esposa de Tario se llamaba Carmen Farrel.
   
     Descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
abril   xx-xx


martes, 21 de abril de 2020


LA CUERENTENA (SEGUNDA PARTE)
(¡PINCHES SEGUNDAS PARTES!)


Me celebro y me canto 
y de aquello que yo me apropie habrás de apropiarte
porque todos los átomos que me pertenecen también te pertenecen.

Me entrego al ocio y agasajo mi alma; 
me tiendo a mis anchas a observar un tallo de hierba veraniega.

Mi lengua, todos los átomos de mi sangre, formados de esta tierra y este aire.

Nacido aquí de padres que nacieron aquí, lo mismo que sus padres:
A los treinta y siete años de edad, con la salud perfecta, empiezo.
Y espero no cesar hasta la muerte.

Y así es, damita, caballero, creo que el gran Whitman sabía perfectamente lo que era necesario hacer mientras nos vemos obligados a vivir en cuarentena. Como muchos de ustedes sabrán, los versos  escritos con antelación forman parte del legendario "Canto a mí mismo". El aguerrido Walt Whitman se rifó, hace ya algún tiempo, un libro denominado Hojas de hierba, en sus páginas se puede encontrar este poema y algunos otros más. La verdad es una maravilla. 
     Whitman es uno de los poetas que más me gusta, recurro a él con frecuencia, escribe con un desparpajo y un cinismo que cualquiera envidiaría; al menos yo sí y mucho. Si tienen chance no dejen de darle un vistazo, a mi gusto es una lectura obligada.
     Y después de esta poética introducción, adorables criaturas, les pedimos que abrochen su cinturón de seguridad, acomoden la mesa de servicio que se encuentra frente a ustedes y coloquen el respaldo de su asiento en posición vertical que, ¡estamos por despegar!
     Como recordarán, en el capítulo anterior, nuestro intrépido protagonista se encontraba caminando sobre arenas movedizas, mientras lidiaba un duelo a muerte con la cuarentena, y hablaba un poco sobre la forma en la que le da por escribir. Creo que es momento de cerrar esa página y hablar de otras cosas más interesantes (que seguro hay un chingo).
     Y dicho sea de paso, ¿no se sienten como Joaquín Sabina?: ¿quién coños nos ha robado el mes de abril? A estas alturas me parece que eso es lo de menos, lo que me preocupa es que ya le hayan encargado una versión de la misma rola para los meses de mayo, junio, julio y agosto. Está bien que no la estoy pasando mal, pero pensar que tendría que vivir tanto tiempo sin salir de casa, me hace sentir un calambre entre el metatarso, la glándula pituitaria y el duodeno (como se imaginarán no sé nada de anatomía, pero me supongo que eso suena lo suficientemente dramático para hacerles comprender mi angustia). Sólo espero que este desmadrito no llegue hasta Navidad.
     Creo que saliendo de esto voy a parecer náufrago, pero en versión llanta de camión de volteo, por una parte, poco me falta para comerme la mesa; la culpable es la roomie (¡Pinche roomie!) cocina bien chingón, hoy se rifó unas tostadas de picadillo me-mo-ra-bles. Por otro lado, si algo me crece al mismo ritmo que la panza es el cabello; traigo unas greñas que podrían ser la envidia de Daniela Romo, y para chingarla de acabar, se me terminaron los rastrillos, así que, no me he rasurado y mucho me temo que voy a finalizar este encierro con una barba igual a la de los enanitos de Blanca Nieves.
     En cuanto a la roomie todo va más menos bien, sólo que en ocasiones se le traba el clutch y se le atoran la velocidades. Hoy estaba un poco molesta porque se le despedorró el trapeador, la neta es que hace el quehacer (la palabra quehacer es como el verbo sancochar, me hace mucha gracia, es fecha que no entiendo por qué se le dice quehacer al hecho de llevar a cabo la limpieza, mucho menos sé por qué algunos ingredientes en la cocina se tendrían que sancochar) como si buscara que la Secretaría de Gobernación le otorgara un certificado tipo ISO 9000.
     En honor a la verdad, doña roomie, parecía bulldog defendiendo sus croquetas, estaba bien emputada, y como he aprendido que un hombre logra la madurez cuando aleja de sí mismo toda situación de peligro y, sobre todo, cuando ha comprendido que bajo ninguna circunstancia es válido contradecir a una mujer, decidí tomar mi sana distancia, junto con mis chingaderas, e irme a escribir a la azotea (no se crean, me quedé en el pasillo).
     Por cierto, si algún día llegaran a odiarme tanto que tuvieran la imperiosa necesidad, o el inevitable deseo, de ver mi humanidad desintegrarse, sólo deben hacerle saber a doña roomie que tengo un blog y que, de vez en cuando, escribo una que otra cosa que hacen cierta referencia, a cierta roomie, que hace ciertos corajes, con la que comparto cierto espacio, y entonces sí, me parece que mi integridad física correría un grave peligro y preferiría mudarme a Jupiter antes que confrontar la furia de doña roomie la vengadora anónima.
     Dándole un giro a la información (perdón, me está haciendo daño ver tantas noticias), les diré que me di a la tarea de hacer una relectura; nunca he sido partidario de leer el mismo libro dos veces, debido a que tengo infinidad de textos pendientes, pero hay ocasiones en que es inevitable. Rulfo es el claro ejemplo, he leído Pedro Páramo unas cinco veces y creo que aún me restan otras cinco lecturas para dimensionar el tamaño de la obra en cuestión.
     El asunto es que hace poco una guapísima lectora, que ha preferido guardar su identidad en el anonimato, me preguntó acerca de algún libro que hablara sobre epidemias, pandemias y mentadas de madre cósmicas (es que eso es lo único que nos falta), así que recordé al inconmensurable Yuri Herrera y su espectacular libro titulado La transmigración de los cuerpos. Y no, gentil damita, enjundioso caballero, no es que la novela, en cuestión, hable de mentadas cósmicas, no, señor, más bien es una historia monumental y pensé que sería una buena idea volver a leerla.
     Sólo con recordar que hay un personaje denominado "La tres veces rubia" y de saber que en el relato hay un sujeto que es igual de uei o más que yo para ligar (en realidad el personaje de la novela es todo un garañón denominado "El Alfaqueque", el comentario anterior es sólo una ironía remitiéndome al tres veces zoquete que esto escribe) la lectura ya se me antojaba. Aparte de todo, la prosa del gran Yuri Herrera es como rifarse unas quecas del mercado de Coyoacán; el tipo escribe bien de poca madre.
     Todo comienza con una extraña enfermedad que es transmitida por un mosco (acá no había un pinche chino tragando tamales de murciélago) (¡Pinches chinos!) (¡Pinches murciélagos!), de tal suerte que el virus también puede contagiarse a través de la saliva de las personas ya infectadas y, de un momento a otro, aquello termina convirtiéndose en una colosal pandemia; este escenario es el telón de fondo para que se desarrolle la historia.
     En mi vida me hubiera imaginado que podría leer una novela en donde un sujeto se hiciera llamar "El Ñandertal" y que a otro personaje se le denominara "La Ingobernable" (en la vida real conozco varias).
     Así pues, mientras la gente se mantiene encerrada en casa guardando sus miedos y sus oraciones, aparecen en la ciudad dos muertitos que tuvieron a bien quebrase en el lugar equivocado.
     El gran Alfaqueque, quien es un tipo verboso y bastante hábil, será el encargado de poner las cosas en su lugar, ya que hay dos familias engarzadas en un pleito ridículo y un tanto añejo y cada una de ellas tiene en su poder al difunto equivocado.
     No les digo más para no echarles a peder el libro y si les da curiosidad se lancen a conseguirlo (creo que debería decir que si lo desean leer, habrán de pedirlo con entrega a domicilio, ¡chale!), les aseguro que no se arrepentirán. A mi juicio, Yuri Herrera es el mejor escritor mexicano respirando sobre el planeta.
     Para finalizar, les diré que leyendo a Whitman comprendí que todo ser humano lleva consigo el universo pulsando en su interior: el vaho de tu aliento, los latidos de tu corazón, el fluir de la sangre y del aire a través de tus pulmones, el sonido de tus palabras que se pierden en los remolinos del viento; el preso, el cura, el banquero, el usurero, el carpintero, el social, el demócrata, el fumador de opio, la prostituta, el arador que ara, todos formamos parte de esta tierra y de este aire.
     Sé que pronto desbordaremos las calles y las llenaremos de estruendo y de sonrisas, nos abrazaremos e intentaremos ser felices de nuevo y, como Whitman, no cesaremos hasta la muerte.
     Por ahora sólo deseo que la noche nos arrope con su pecho desnudo; llegó el tiempo de dormir.

     Descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
abril     xx-xx




jueves, 16 de abril de 2020



LA CUARENTENA
(¡PINCHE CUARENTENA!)

Últimamente me he cuestionado por qué motivo a algunas personas les resulta más complicado que a otras quedarse en casa, y en mi caso, llegué a las siguientes conclusiones:
     De entrada podría decir que siempre he sido un tipo solitario, por instinto natural tiendo a aislarme y casi siempre prefiero estar en casa después del trabajo o en un lugar tranquilo donde las horas se desparramen con lentitud. Quizás éstos sean algunos de los motivos por los cuales, hasta el momento, no llevo tan mal este asunto del encierro (a diferencia de otros individuos que son demasiado sociables y de culo un tanto inquieto).
     Por otra parte, a veces, no encuentro mayor felicidad que la que me depara el hecho de abrir un libro y dejarme llevar por la trama, el ambiente, la prosa y los personajes; y justo en estos momentos lo que sobra es tiempo para dedicarme a leer. Aunado a eso me gusta escribir, es muy peculiar la sensación de hilvanar las palabras, imaginarlas, acomodarlas, borrarlas, leerlas, quitarlas, ponerlas de nuevo y después de un misterioso y lúdico proceso, poder construir algo que antes no existía.
     Durante la cuarentena no he escrito tanto como quisiera, pero al menos no he descuidado este blog, aparte de eso, comencé a desarrollar una idea para hacer un cuento que espero terminar en breve; quizás la historia nunca vea la luz y me encuentre obligado a borrarla o a condenarla al olvido, siempre existe el riesgo de fracasar y tener que empezar de nuevo con otra cosa distinta.
     He llegado a la conclusión que estoy encerrado en casa porque así lo decidí y la verdad es que me siento libre; no estoy en cuarentena por ninguna obligación. Tengo algunos amigos que siguen saliendo a la calle y están haciendo su vida normal, han optado hacerlo de ese modo y difiero mucho de su actitud, pero los respeto. He hablado con varios de ellos y sólo les he pedido dos cosas: a) que se cuiden mucho porque los quiero mucho y b) que no me olviden en su testamento.
     Pero basta ya de tanta hipocresía y de andar caminando por la cotangente: hay un motivo fundamental, que predomina sobre todas las cosas, por el que mi estado anímico se encuentra intacto y en su nivel más óptimo: soy bien huevón.
    Encuentro un placer sobrenatural en levantarme tarde y andar en chor y chanclas todo el día. La verdad me siento como si me hubiera mudado permanentemente a Tepetongo (para aquellos que nos leen más allá de nuestras fronteras, Tepetongo es un lugar... ¿cómo explicarlo?, digamos que es como Ibiza, sólo que más tirándole a congal austero y de bajo presupuesto; tomando en consideración que Tepetongo no tiene playa, no es una isla, tampoco hay fiestas eternas de música electrónica y carecemos de mujeres exóticas y exuberantes, podríamos concluir que Tepetongo es casi igual a Ibiza). Me levanto tarde todos los días, mi roomie cocina, yo lavo los trastes y nos hemos adaptado bastante bien; salvo por algunos detalles como el hecho de que ella requiere hablar un poco (bueno, más bien mucho) (bueno, digamos que un chingo) y yo soy más reservadón, sin embargo; todo marcha en línea recta y sin tantos baches.
     Desayunamos a más tardar a eso de la una de la tarde, después comienzo a leer y antes de que llegue la hora de la comida bajo al estacionamiento a correr un poco, regreso a bañarme, pongo la mesa y comemos (doña roomie hoy se rifó unos tacos de cochinita pibil que seguro serían la envidia de todo Yucatán), después de comer lavo los trastes, leo otro poco y si tengo ánimos escribo, si no, sigo leyendo, a eso de las 10 de la noche prendemos la tele y vemos una peli o alguna serie; por su puesto que no puede faltar la obligada guerra de almohadazos. A eso de las 3 de la mañana me voy a mi cuarto y me termino durmiendo como a las 4. Es curioso, todos los días son iguales, pero todos los días he hecho cosas distintas y los percibo muy diferentes (ya sé que sueno a adulto optimista de la tercera edad, pero ni modo, por ahora: "es lo que hay").
     En otro orden de ideas (¿neta?) (¡Pinche expresión dominguera!) (además, como si las xaladas que escribo tuvieran un orden), en estos días me rifé un libro bastante ligero y gratificante, se llama: "Así escribo".
     Resulta que una ñora denominada, Delia Juárez, tuvo la brillante idea de entrevistar a varios escritores, para ser exactos a 53, y cuestionarlos acerca de sus procesos creativos; de tal suerte que cada uno de ellos elaboró un texto breve sobre el modo en el que afrontan el fenómeno literario.
     El libro revela con claridad los rasgos de carácter de cada escritor, así como sus obsesiones, miedos y manías.
     Algunos autores escriben de manera muy formal y siempre en una hora determinada, algunos otros se toman la vida muy a la ligera y eso incluye el tiempo que dedican a su oficio. Hay quienes llevan sus apuntes y anotan todo en un cuaderno y nunca se desprenden de él, otros no lo hacen así ni por equivocación (recuerdo que cuando estudié literatura tenía una maestra que quería obligarnos a comprar una libretita y traerla siempre a la mano para escribir las ideas que se nos pudieran presentar en el lugar menos pensado y en el momento más insólito. Insistía que eso a ella le funcionaba y le cambió la vida, creo que a estas alturas no ha entendido, y vaya que se da unos aires de sapiencia y erudición, que la creatividad encuentra tantos caminos como individuos hay en el mundo). El asunto es que disfruté mucho la lectura y en términos generales descubrí que no hay recetas, ni tampoco fórmulas mágicas para escribir y creo que tampoco para afrontar la vida.
     Así pues, como no conozco a doña Delia Juárez y aparte de todo dudo que algún día me llame para pedirme que le cuente la forma en la que enfrento el misterio de la creación, decidí convertirme en el autor número 54 y hablar acerca de los motivos por los que me he visto orillado a escribir:
     Lo primero que se me ocurre es que escribo para darle voz al que no tiene voz, para crear con palabras universos no imaginados nunca y poder atemperar la ebullición que siento todos los días correr por mi interior, pero como todo lo antes mencionado suena bastante cursi y medio mamón, simplemente diré que escribo porque me gusta.
     Trabajo en una computadora portátil, jamás escribo a mano, ni siquiera un borrador o alguna idea; se me dificulta mucho. Por extraño que parezca elijo hacerlo en un sitio donde pueda observar un estante lleno de libros. Prefiero el ruido de algún café, es curioso, pero me concentro mejor que estando en completo silencio. Antes de comenzar me da por leer, procuro que sea un libro más o menos en el tono de lo que estoy escribiendo; es decir, si quiero hacer un cuento por lo general recurro a Cortázar, si deseo relatar una narración más extensa, leo una novela en donde el narrador hable en primera persona, pues me gusta escribir en primera, creo que le da mayor verosimilitud a la historia, sin embargo; reconozco que hay infinidad de textos que deben escribirse en tercera persona para obtener el efecto deseado y que el lector siga de un mejor modo el nudo de la historia.
     Por lo general me tardo mucho en terminar un texto, me distraigo con facilidad. Si estoy en un café, en donde también vendan libros, es muy común que mientras estoy trabajando me ponga de pie y revise varias veces la sección de novedades. Si estoy en casa me levanto por un vaso con agua o a servirme un café en infinidad de ocasiones. Suelo regresar demasiadas veces al primer párrafo de la narración y comenzar a checar todo desde el principio, cacofonías, repeticiones de palabras, ortografía y redacción. De este modo voy corrigiendo hasta sentirme satisfecho y continúo escribiendo.
     Generalmente redacto pequeños bloques de ideas dispersas y las voy incorporando poco a poco en la historia. Si escribo un cuento siempre debo conocer el final para poder llegar a donde deseo, si no tengo el final prefiero no comenzar nada y seguir pensando en qué puede terminar la narración.
     Algunas veces escribo con hambre, otras con sueño, pero siempre procuro divertirme en el proceso. Lo que me apasiona es el hecho de sentarme a escribir y aporrear el teclado, para mí eso es en realidad lo valioso y nada más, creo que el resultado es lo de menos, poco o nada me importa (y creo que se nota).
     En fin, que lo más gracioso de todo este asunto es que sólo he escrito una novela, algunos cuentos y nunca he publicado, así que, digamos que esta es la forma en la que me gusta divertirme mientras le juego al Faulkner.
     Para finalizar, les diré  que este desmadrito del coronavirus me dejó con bastante tiempo libre y he procurado pasarla lo mejor que he podido. Estoy de acuerdo que no son vacaciones, pero en ningún lugar he leído que había que pasarla mal, así que, he disfrutado mucho este encierro; aunque debo confesarles que lo que más extraño son las pequeñas cosas que colmaban de sentido mi vida: caminar en medio de un camellón para comprar el periódico, cruzar la calle, tomar un helado, comer tacos con Iñaki, echar banquita con Lulú (no sabes qué falta me haces y lo mucho que te he echado de menos) y sentarme en un café a leer un poco.
     Espero que el vértigo pase pronto, ojalá que en breve el viento despeine nuestro cabello y nos sorprenda comiendo algodones de azúcar en algún parque. Por lo pronto cuídense mucho, estoy seguro que volveremos a habitar el mundo y recuperaremos de nuevo la certeza de estar vivos.

Descansen, y por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
abril     xx-xx


viernes, 3 de abril de 2020


DE TODO Y NADA

Y aquí vamos de nuevo, queridos lectores. Verán: tengo deseos de escribir tantas cosas que no sé ni por dónde empezar, primero supuse (¡Pinches suposiciones!) que sería bueno arrancar este artículo con la siguiente oración (que justo se me ocurrió ayer) (¡Pinche ocurrente!): "Siento el peso de la tarde cayendo sobre los hombros, los minutos caminan con lentitud, el día comienza a apagarse..." el asunto es que, según yo, suena  bastante bien, pero no sé qué hacer con la frase. 
     Luego entonces, quería escribir algo para una chica española cuyo nombre es Fátima; leí su blog y me llenó de tristeza lo mal que la está pasando y tenía el deseo de acercarle algunas palabras de aliento y justo cuando comencé a escribir: "Querida Fátima, espero que el vértigo pase pronto..." se me atravesó la idea de narrar un poco mi día a día.
     Así pues, les diré que todo ha marchado medianamente bien; o lo mejor que se puede en una situación como la que estamos viviendo (¡Pinche situación que estamos viviendo!), salvo que Doña roomie se pachequeó el día de ayer (sufrió un "colapsus encierrus tengo hartas ganas de chingarus" y no me dejaba leer. Quería que le prestara atención, yo dejaba de hacer todo lo que estaba haciendo, la veía y no me decía nada, así que, tan hábil y conspicuo como soy, detecté de inmediato su sintomatología y me bastó con resetearla, pedirle que respirara profundo y que pensara en Pedro Infante cantando "La nana Pancha". Después de un buen rato se alivianó) fuera de eso todo ha transcurrido en calma.
     Ayer saqué la Chepina Peralta que llevo dentro, me tocó hacer la comida y me rifé mi tradicional receta de hot dogs con mengambrea, me quedaron espectaculares. Sólo hay que cortar en cuadritos algunas rebanadas de tocino, picar finamente un poco de cebolla, ponerla a sofreír (este verbo es una belleza "sofreír") junto con el tocino, posteriormente hay que agregar algunos cubitos de jitomate, ya que esté todo en su punto hay que poner encima algunas capas de queso amarillo, tomamos el pan (queridas amigas) lo calentamos, doramos las salchichas, las colocamos dentro del pan y luego agregamos la mengambrea encima,  aderezar con mayonesa, mostaza y "ketchup" al gusto. 
     Por otro lado, viendo la televisión me dio por cuestionarme algo: ¿qué será del gran Zack Efron, de Brad Pitt o del legendario Micky Rourk?, y se preguntará usted, enjundiosa damita, aguerrido caballero, ¿cómo por qué, este mequetrefe, tiene esos extraños pensamientos? (¡Pinches extraños pensamientos!) Pues es muy simple: resulta que las ñoras de este país tienen un crush con el subsecretario de Salud, Hugo López Gatell. Adorable comunidad femenina de México: me parece que no sólo el coronavirus nos está atacando, creo que eso que están sintiendo es lo que los expertos denominan como síndrome de Estocolmo, por favor, llamen cuanto antes a locatel (56581111), seguramente pueden asesorarlas, aún están a tiempo.
     Mientras escribía la línea anterior recibí un mensaje, se trata de una guapísima lectora quien me  pide una sugerencia sobre un libro que tenga algo que ver con la maternidad. Le respondí que quizás se equivocó de número y tal vez lo que quería era llamar a Estéreo Joya, no recuerdo alguna novela con esa temática, pero ya le hice una buena recomendación, así que continúo.  
     No sé si a ustedes les ha pasado, pero ahora que estoy en cuarentena (¡Pinche cuarentena!) me pregunto qué es lo primero qué haré cuando esto acabe, también me ha dado por pensar en todas las cosas que dejé de hacer y de las cuales hoy me arrepiento. Recuerdo que, justo antes de todo este desmadrito, una misteriosa lectora que, por razones de vida o muerte decidió preservar su identidad en el anonimato, tuvo a bien cancelarme una cita (que sigue pendiente) (¡Pinches pendientes!)
     Teníamos pensado dirigirnos a un congal nostálgico y de bajo presupuesto. Luego de recibir la dolorosa noticia llamé a la base central y le comenté a Iñaki que me habían cancelado, por lo que el gran Iñas me respondió sin titubeos: "no te preocupes, ahora le digo a Romi que invite a Anahí", así que guardé silencio y medité por un largo tiempo (más menos 2 segundos) y le contesté lo siguiente: "¿no te parece que eso ya de plano sería como retar al destino?, ¿y si mejor invito a algún integrante de Al Qaeda?, quizás la hermana de Bin Laden esté disponible, ¿no crees?" La verdad es que eso de salir de nuevo con Anahí sería como aceptar ser reportero de guerra (para los que no tengan idea de quién chingados es Anahí, favor de leer un artículo en este mismo blog titulado "La suerte de la borracha a la bonita le vale madres"). Recuerdo que ese viernes me quedé en casa, de haber sabido que en unos meses me iba a tener que quedar guardado por tiempo indefinido, de buen modo hubiera aceptado salir hasta con la irresistible Elba Esther Gordillo.     
     En cuanto a las lecturas, que estoy haciendo durante este encierro, descubrí que Patricia Highsmith es una embustera. Me explico: tiempo atrás en un taller literario me dejaron leer "A pleno sol", no encontraba el libro por ninguna parte y sólo encontré un volumen muy parecido al antiguo testamento, que contenía la lectura que tenía que hacer, es toda la serie de Tom Ripley y tiene 5 novelas (¡Pinches librotes!) La semana pasada estaba buscando qué leer y pensando en que probablemente la cuarentena dure hasta Navidad, decidí tomar el libro, que más bien parece la sección amarilla,  y comencé a leerlo.
     La novela que seguía se llama "La máscara de Ripley" y va de un pintor atormentado y mundialmente desconocido que se suicida en una isla griega. Sus amigos abren una galería y comienzan a vender sus cuadros como los de un artista incomprendido, tienen un éxito tal que se les acaban todas las pinturas, por lo que hábilmente deciden comenzar a producir cuadros apócrifos del artista fallecido, por lo que, generan una sobredemanda de las nuevas pinturas y los socios de la galería se están volviendo millonarios.
     Pero, como bien sabrán, cuando todo va bien, nunca falta el moco en el atole y un metiche comprador de arte descubre el engaño. Tom Ripley es socio de la empresa que vende los cuadros falsos y autor intelectual de todo este enredo, así que asesina a don metiches para no ser descubierto, después el pintor que imitaba las pinturas quiere matar a Tom Ripley y luego este mismo sujeto se quiere suicidar; la policía persigue a todos los involucrados en este asunto y se arma un verdadero desmadre.
     El caso es que la construcción de la novela es impecable. Hay tensión dramática desde la primera página hasta el final, y justo aquí es donde tuerce el rabo la marrana y viene la trampa, la mentira, la falsedad, el embuste, el fraude, la tranza o lo que puede denominarse como cuchupo.
     Hábilmente la gran Patricia Highmisth le tiende una trampa al lector (es decir, acá su pendejo) y acaba la novela como si fuera Mike Tyson, de un solo putazo. Así que no tuve otro remedio que sumergirme en el siguiente libro buscando el enigma que seguía inconcluso. Comencé a leer "El amigo americano", en él se plantea un asunto muy diferente que de inmediato me dejó enganchado, se resuelve el misterio de  la novela anterior en dos párrafos, pero ya que la trama está bastante avanzada y ahora acá don pendejo que quería leer otra cosa, no puede dejar de seguir leyendo y me voy a tener que fumar el libro completo. Sin duda la Highsmith es un genio (¡Pinche Patricia Highsmith!) Ya les contaré como acaba este asunto.
     Para finalizar les diré que siento el peso de la tarde cayendo sobre los hombros, los minutos caminan con lentitud, el día comienza a apagarse y pienso en ti. Querida Fátima: espero que el vértigo pase pronto, de sobra sé que poco o nada puedo decirte, pero intentaré que un pequeño rayo de luz ilumine tu ventana. En estos días me he refugiado en mis recuerdos y sólo pienso en las cosas buenas que he vivido, en mis amigos, en la gente que quiero y en lo feliz que he sido. Por supuesto que he tenido malos momentos, pero, por ahora, los he omitido de mi biografía. Estoy seguro que pronto caminaremos las calles, sentiremos el sol picando nuestra piel y recuperaremos la certeza de estar vivos. Mientras eso sucede, cuídate y cuídense mucho.

     Descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
abril   xx-xx
     

viernes, 27 de marzo de 2020



SOBRE AMLO, LA CUARENTENA Y ALGUNO QUE OTRO DETALLE

"La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no tiene ningún sentido". 
   
     Y después de un buen rato de estar inactivo heme aquí de nuevo. Debo confesar que traía un poco  empolvadas las ideas; y se preguntará usted amable damita, gentil caballero: ¿cómo pa´qué chingados escribe este fulano?, o quizás se pregunten otra cosa: ¿cómo pa´qué madres empieza un artículo con esa frase? (¡Pinches frases!) (¡Pinches artículos!). La verdad es que de un tiempo a esta parte me parece que la vida no ha tendido piedad y nos ha tratado a patadas.
     Pero como diría Jack el destripador: "vamos por partes". Si no mal recuerdo la frasecilla antes mencionada la escribió el legendario William Shakespeare, corresponde a un verso de Macbeth. Siglos después Faulkner retoma parte del diálogo y se rifa un libro llamado El sonido y la furia. En esa novela un discapacitado mental narra lo que acontece a su alrededor (Faulkner es premio Nobel, pero, si no hay un verdadero interés literario, leerlo es un tanto confuso y tan aburrido como morder el trapo de la cocina) (¡Pinche Faulkner!).
     El asunto es que a veces pienso que el único que carece de sus facultades mentales es el zoquete de nuestro presidente (seguro que Andrés Manuel leyó El sonido y la furia y le apasionó tanto el papel de Benjy que lo está interpretando y creo que a la perfección). Y disculpe usted, amable lector, si es que aún es amante de AMLO, pero lo que ha dicho y lo que sigue haciendo durante este período de pandemia en que media humanidad se encuentra desesperada y la otra mitad víctima de un misterioso virus, es como para darse un balazo, esconderse o salir huyendo del país (a veces pienso que en una de esas estaría mejor mudarme a Italia).
     Me enfocaré en analizar uno o dos detallitos (no, menos, mejor como cuatro): A) Me resultaron ridículas, y un tanto embarazosas, las declaraciones del Subsecretario de Salud, López Gatell: "la fuerza del presidente es moral" (válgame Dios). ¿Eso significa que tenemos en Palacio Nacional al Mesías y que él no podría contagiarse y tampoco contagiar a nadie? B) Encendí el televisor y vi una imagen que no podía creer: el gran López Obrador se protegía del coronavirus con una estampita. ¿Es en serio?, ¿es neta, Andrés? C) "Hagan su vida normal, inviten a la familia a algún restaurante, sigan saliendo, acá el presidente ya les dirá qué deben hacer cuando llegue el momento". ¿Será que el señor Andrés Manuel es accionista de Gayoso? D) No entiendo por qué no se han cerrado los aeropuertos del país, de verdad no comprendo por qué las aerolíneas siguen trabajando y lo que tampoco me queda claro es por qué AMLO continúa haciendo giras al interior de la república.
     En otro orden de ideas (¡Pinche orden de ideas!), estoy convencido que la economía es importante, básica e indispensable, pero me pregunto: de qué va a servir que la gente tenga algo de dinero, poco, mucho o nada, si va estar enferma y en primera lo poco que tenga se lo va a gastar en medicinas y en segunda la gente no va a poder salir de su casa, porque supongo que el malestar, al contagiarse de covid-19, debe ser tan agudo que no es posible despegarse de la cama y mucho menos salir a trabajar.
     Por otra parte, si las personas que viven al día se quedan en su casa, ¿qué van a comer? Luego entonces si no salen a trabajar se morirán de hambre (¡Pinches paradojas!).
     Así pues, me parece que Shakespeare tenía razón. "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no tiene ningún sentido" (¡Pinche Shakespeare!).      
     Ahora bien, me encuentro en casa, llevo encerrado aquí desde el viernes, ya me rifé dos libros: el primero fue "La dalia negra", después seguí con "El adversario" y ahora estoy muy entretenido con la gran Patricia Highsmith; me estoy dando "La máscara de Ripley" y me está gustando mucho. Apenas hoy comencé a hacer ejercicio porque he comido como si el mundo se fuera a acabar (me parece que nunca ha sido mejor empleada esa expresión) (¡Pinches expresiones!). Estoy viviendo con mi roomie y la verdad cocina biendepocamadres, nos hemos adaptado a la perfección, ella hace la comida, yo pongo la mesa y lavo los trastes. Doña roomie tiene un carácter bastante ligero y no es que yo sea un tipo adorable, pero sí soy medio simplón, así que, nos la hemos pasado ríendo, tragando, barriendo, leyendo, viendo películas y básicamente haciéndonos bien requetependejos.
     Aunque les confieso que lo que había intentado hacer desde hace unas dos semanas era escribir esta madre (¡Pinche esta madre!) que están leyendo. Escribir para mí, resulta un tanto catártico, atempera mi neurosis y me sirve para comunicarme con las personas que quiero y también para poner sobre la mesa mi punto de vista acerca de las cosas que me pasan a diario, hablar sobre lo que me apasiona y también sobre todos los asuntos que no comprendo, que son un chingo (¡Pinches asuntos incomprensibles!).
     Seré franco contigo, querido lector, la he pasado medianamente bien. Este desmadrito me sorprendió con un madrero de proyectos, pero con poco trabajo. Tengo varios amigos que están haciendo su vida normal y les tengo un poco de envidia, pues quisiera salir a trabajar, ya que mi situación económica no es la mejor, pero he preferido quedarme en casa. No deja de dolerme lo que está ocurriendo en España, lo que ocurre en Italia y lo que está por sucedernos. Ojalá y que esto pase pronto y nos deje una enseñanza, quizás en unos meses seamos más honestos, más solidarios, más humanos; aunque podría asegurar que seguiremos siendo los mismos, no lo sé.  
     Lo que sí sé es que hoy, más que nunca, me carcomen las ganas de vivir, de ver a mis amigos, de mirar a los ojos a la gente que quiero y abrazarla, de reír de nuevo contigo y salir a la calle, vivíamos en el paraíso y no lo sabíamos, volveremos a visitarlo, cuídense mucho.
     Descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
marzo    xx-xx






martes, 11 de febrero de 2020



¡QUÉ CHULA ES PUEBLA!

No paraba de fumar, se sentía desquiciado. Comenzó a leer la primera línea que había escrito: "¿El gobernador de Puebla se encontraba en `Sacsa Mayán´ desafiando a la muerte?", ¡no mames!, Gabriel, ¡no-ma-mes!, dijo en voz alta. Tomó la hoja de papel, la hizo bolita y la arrojó al cesto de basura. Volvió a fallar. Los papeles se encontraban ya acumulados alrededor del bote, pues estaba repleto de ideas erróneas, intentos fallidos y tonterías mal escritas.
     Volvió a leer las bases del concurso (aunque podría repetirlas de memoria):
   El Gobierno del Estado de Puebla, de manera conjunta con Ficción y Enredos Editores, se complace en anunciar la primera convocatoria para el concurso: ¡Qué chula es Puebla!, cuya finalidad será promover las bellezas naturales de nuestro Estado y la bondad de su gente. Las bases son las siguientes:
   Podrán concursar todos los escritores mexicanos, bla, bla, bla, afirmó con aburrimiento. Se consignara un original y tres copias, bla, bla, bla... adelantó la lectura hasta llegar casi al final. Esto es lo importante, se dijo a sí mismo: El premio consistirá en la publicación de los textos seleccionados y un estímulo económico de $200,000 pesos para el primer lugar.
     No se olvide que nuestros patrocinadores estarán encantados de tener una ligera mención dentro de las obras. Aeroméxico quien promueve su nuevo destino: "Sacsa Mayán patrimonio del mundo" y el Gobierno del Estado de Puebla, ¡invitan!
     Los términos "bellezas naturales y la bondad de su gente", seguían retumbando en su cabeza. Por lo que se le vino de nuevo a la memoria el gobernador de Puebla. ¿Por qué no?, se preguntó. El cuento podría arrancar así:
     El gobernador de Puebla se encontraba en ¿"Sacsa Mayán"? (la curiosidad no le permitió seguir adelante hasta que revisó una enciclopedia y descubrió que se trataba de unas ruinas ubicadas en Perú). Total que el gobernador, que en lo sucesivo será "El góber", se encontraba en unas ruinas arqueológicas. Vestía una guayabera en color hueso y traía un ramo de claveles, caminaba con orgullo para poder acercarse a una mujer con uniforme de azafata. La mujer también lo veía a él, recorrió el camino con lentitud hasta que llegó a su encuentro y con voz sensual ella comenzó a decirle al oído: "Te quiero porque tus manos trabajan por la justicia". A lo que "El gober", respondió: "Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos".
     En resumen este intento también terminó en la basura. ¡Tantas ideas! ¿Y  no se me ocurre ni madres?, volvió a decir en voz alta, hasta que de repente creyó haber acertado: ¡A huevo!, ¡Ya está!, gritó. El cuento comenzará de la siguiente manera:
   Desde lo alto de una pirámide "El gober", se encontraba recostado sosteniendo una soga. De la cuerda pendía el cuerpo de una aeromoza, de una bella aeromoza, que gritaba desesperada: ¡No me sueltes! ¡No dejes que muera, por favor! ¡No lo haré! respondía "El gober", ¡no dejaré que te pase nada! ¡Resiste!¡Resiste!
     Tomó el cigarrillo que tenía en la mano, lo observó con calma y dijo: ¿Qué tendrá esta mamada? ¿Y si mejor se muere el gobernador de Puebla? ¿Y si la azafata intenta rescatarlo? ¡Puta madres! ¿Qué hago? Otra hoja de papel partida por la mitad y hecha bola terminó en le piso.
     Después de tantos intentos fallidos, el escritor, se encontraba familiarizado con "El góber" y la aeromoza, en cada escena podía verse a sí mismo animando al "gober" y viendo muy de cerca a la guapísima azafata.
     Decidió comenzar de nuevo y leer en voz alta:
     El gobernador de Puebla se encontraba atado en lo alto de una pirámide sobre una plataforma, que representaba un altar de sacrificios. Una mujer sensual vestida de aeromoza, no, no, no, suena mejor: una sensual azafata de cabellera pelirroja se acercó al altar y comenzó a mover las caderas de modo sugestivo. Con movimientos sensuales empezó a desprenderse de la ropa. Se acercó a él diciéndole al oído: ¡Tú eres el héroe de esta película!
     Y tal vez sobre mencionarlo, pero había una hoja más en el cesto de basura.
     Encendió otro cigarrillo y murmuró: ¿y si escribiera un relato de esos de sobrevivientes de un accidente aéreo? No suena nada mal. A ver, serían el gobernador y la aeromoza, tendrían que estrellarse y caer en Sacsa Mayán. Por supuesto que podrían intervenir más personajes, no sólo ellos, tal vez un tipo rudo y uno que supiera cazar; un genio medio loco y mujeres exóticas, entre ellas una ladrona, mentirosa y medio golfa; un gordo simpático, siempre hay gordos simpáticos y dos hombres que pelearan entre sí, porque debe existir un conflicto, un choque de fuerzas; como en esa novela de los niños cuyo avión en el que viajan se estrella, se quedan en una isla y se vuelven locos, pero acá sería gente adulta y eso sí, el gobernador de Puebla sería un líder natural. En ese momento pensarán cómo salir de la isla, comenzarían por darse cuenta que sólo podrán lograrlo si encuentran una clave y... ¡Chingada madre! Esa es una serie de televisión. ¿Y cómo se me ocurre? ¿Qué va a pensar Aeroméxico si el avión se estrella?
     Recargó los codos en la mesa y comenzó a jalarse los pocos cabellos que le quedaban. ¡No puede ser!, murmuró. Decidió ponerse de pie y caminar en su departamento para buscar un poco de inspiración.
     Llegó a la cocina, pensaba servirse una taza de café y justo en ese momento decidió regresar corriendo y sentarse a escribir. ¡Tenía otra idea brillante! O al menos eso le pareció. Comenzó a redactar:
     El gobernador de Puebla observa a una hermosa mujer a lo lejos, que parece estar vestida de aeromoza. Camina con garbo y decisión a su encuentro. Sus pasos rompen el silencio al pisar las hojas secas de los árboles. Llega hasta donde ella se encuentra y con voz segura y firme, exclama: ¿Tons´qué güera? Sácate una chichi pa´cotorrear ¿no? ¿O qué?, ¡óigame pinche viejo pelado!, respondió la azafata.
     El escritor suspiró, agachó la mirada, se llevó la mano derecha a la frente, cerró los ojos y comenzó a negar con la cabeza.
     Decidó acostarse por un momento, pues no había dormido en dos días intentando escribir. La  verdad es que necesitaba un poco de dinero (poco, no mucho, sólo debía tres meses de renta, la mensualidad del coche, las cuatro tarjetas de crédito y la pensión de sus hijos).
     Llegó hasta su cuarto, se recostó sobre la cama, se quedó dormido y soñó con todas las tonterías que deseaba escribir: pudo ver con claridad al gobernador de Puebla en un avión que descendía sobre una pirámide, los pasajeros también abandonaban el aeroplano, "El góber" corría detrás de una guapísima azafata, momentos después la azafata corría detrás de "El góber" y de un segundo a otro una aeromoza gigantesca y un "góber" de dimensiones desmesuradas perseguían al escritor.
     Después de algunos minutos despertó. Regresó a la máquina de escribir y logró terminar el cuento. Decidió enviarlo al concurso y luego de dos semanas recibió la noticia de haber ganado el primer lugar: $200,000 pesos, ¡por fin!, exclamó emocionado. En la carta que le enviaron, los organizadores, no le aclaraban cómo podría reclamar el premio, así que tras varios días de estar intentando comunicarse con ellos, vía telefónica, y de varios viajes infructuosos a la heroica Puebla (desde luego bastante costosos para él, pues no estaban en su presupuesto), decidió contratar a un gestor. El gestor le cobraría entre el 15 y el 20% del total de lo recuperado, más los gastos que se generaran por la cobranza, a lo que tuvo que resignarse y decir que sí, pues no encontraba otra solución. Pasaron dos semanas y el gestor le comentó que los trámites se llevarían su tiempo, pero que si quería recuperar de inmediato el premio, él podría contratar a alguien que viviera en la localidad para no generar tantos egresos innecesarios, sólo que eso implicaría un 5% adicional de la tarifa preestablecida. En su desesperación, el escritor aceptó. Esa misma semana le comentaron que el pago estaba comenzando a gestionarse, pero que estuviera consciente que habría que devengar el IVA, el ISR, un impuesto estatal y un cargo federal. A lo que también dijo que sí, de manera resignada. Seis meses después le avisaron que por fin su pago (que a esas alturas, debido a los gastos y a los impuestos, era de $7,000 pesos), estaba por salir, pero que el sindicato de trabajadores de la Secretaría de Cultura de Puebla, se había pronunciado en huelga de manera indefinida.
     Así que decidió olvidar el asunto por completo. Mientras tomaba el periódico y comenzaba a buscar un empleo comenzó a leer:
     El Gobierno del Estado de Hidalgo, con el apoyo de su capital Pachuca y de manera conjunta con Ficción y Enredos Editores, se complace en anunciar la primera convocatoria para el concurso ¡Qué bella es la bella airosa!...

gabriel duarte
febrero xx-xx



miércoles, 5 de febrero de 2020



LA SUERTE DE LA BORRACHA A LA BONITA LE VALE MADRES

Adorables lectores: les comento que estoy muy entretenido con un libro bastante peculiar del gran John Connolly, se llama Todo lo que muere y, al mismo tiempo, me encuentro revisando varios títulos del legendario Paco Ignacio Taibo II. Y se preguntará usted, amable damita, gentil caballero, ¿cómo pa´qué? Lo que sucede es que tengo en mente un nuevo proyecto literario. Este año acabé mi primer libro y estoy esperando alguna convocatoria para  mandarlo a un concurso (junto con la panza porque la mía ya está de campeonato) (¡Pinche panza!). Mientras eso sucede deseo escribir una novela negra, tan negra como la memoria de nuestro ex jefe de policía, y es por ese motivo en particular que estoy checando algunas novelas policíacas para ver por dónde le llego a la que quiero hacer.
    Y dicho sea de paso, me gusta mucho el género, si tienen curiosidad les recomiendo darle un vistazo al inigualable Raymond Chandler, rífense Adiós muñeca o El largo adiós, cualquiera de esos dos libros; les juro no se arrepentirán. Para finalizar con el tema les prometo que les haré saber qué tal va el nuevo plan proyecto que pienso escribir, incluso, me gustaría compartirles los primeros capítulos, les garantizo que serán muy breves. Así pues, una vez dicho lo anterior, que no sé ni pa´ que se los dije, comenzamos:
     Coloque su asiento en posición vertical, acomode la mesa que se encuentra frente a usted y abroche su cinturón de seguridad, damita, caballero, ¡que estamos por despegar! 
     Como recordarán, en el capítulo anterior nuestro hábil y conspicuo protagonista se encontraba deglutiendo unos tacos de bistec cuando, de manera misteriosa y casi sin darse cuenta, terminó besando a una gordita a las tres de la mañana, mientras escuchaba a Gloria Trevi y bebía cervezas como si fueran botellas de agua bendita (que de hecho lo son). Recordarán también que después de dejar a Verónica en su casa (quien vivía más o menos por Kazajistán esquina con División del Norte) (¡Pinche Verónica!), se durmió a las 7am. Lo que no saben es que, por salud mental, se prometió a sí mismo no volver a llamar a nadie si alguna vez tiene la ocurrencia de volver a salirse de noche por unos tacos de bistec (¡Pinches tacos de bistec!).
     Ahora bien, debo confesar que después de ese incidente mi vida transcurrió de modo más o menos normal. La cruda me duró unos tres meses (¡Pinche cruda!) y justo me acababa de reponer, cuando se atravesó el cumpleaños del gran Iñaki. Y aquí vamos de nuevo, pensé, y en efecto. Sólo que esta vez todo fue un poco más surrealista. André Breton y Dalí hubieran tenido un ataque de envidia por lo que ocurrió aquel legendario 3 de enero del año en curso. Me explico:
     Todo comenzó el día previo a la fecha antes mencionada. Era el segundo día del año, justo un jueves, y recordé el cumpleaños de mi amigo (en realidad él me llamó para recordármelo, colgamos y ya después hicimos como si no hubiera pasado nada y le llamé para felicitarlo), me puse en comunicación con él, le envié un abrazo y le comenté que me gustaría invitarlo a cenar. Propuse La Montejo para tomarnos unas cervezas y poder rifarnos unos tacos de cochinitia pibil. Al parecer, el sujeto en cuestión, tenía un compromiso, pero aceptó gustoso la invitación y quedamos de vernos el viernes; hasta ahí todo iba más o menos bien (la noche siguiente la senda del destino se torcería de modo irremediable).
     Debo decir que el gran Iñas también escribe y, no lo hace nada mal, comparte conmigo el mismo gusto que siento por los libros; así que, salí de casa y me lancé por el regalo del pequeño querubín (¡Pinche pequeño querubín!). Después de meditarlo mucho me incliné por un compendio de cuentos del gran John Fante: El vino de la juventud. Lo leí hace un tiempo y me gustó mucho. Libro en mano, me hice bien uei toda la tarde y justo cuando estaba  por llegar la hora de la cita, el pequeño querubín me mandó un mensaje diciéndome que si no tendría algún inconveniente en que nos acompañara "Romi", quien pensaba invitar a una amiga. En ese instante sentí que un arcoiris iluminaba mi camino y que Dios sí existe aunque se enoje Nitetzche y se empute Zaratustra. Le dije que sí sin pensarlo. Se preguntará usted por  qué, amable lector. Lo que sucede es que Romina es una amiga de Iñaki que está bien guapetona y pensé: seguramente la amiga va a estar igual y en una de esas mucho mejor.
     El caso es que dieron las 8 de la noche y yo ya estaba en el lugar de reunión. Me dirigí al baño, me asomé al espejo y con un poco de saliva me aplaqué el gallo que traía en el cabello y me enchiné las pestañas (¡Pinches pestañas!). Ya más presentable me acerqué a la mesa y justo cuando iba a tomar asiento apareció en escena el cumpleañero, (¡Pinche cumpleañero!) quien portaba una camisita a cuadros, zapato tenis blanco y un abrumador aroma a colonia Sanborns (no se crean sí traía una loción bastante sofisticada). Le di un abrazo y le entregué su regalo. Debo confesar que se conmovió un poco, mi amigo es bastante sentimental. Pedimos unas Vikis y justo cuando nos estábamos rifando el segundo taquete de cochinita pibil, la gran "Romi" entró a la cantina repartiendo sonrisas y caderazos, la saludé, comenzamos a platicar y me dejó bastante sorprendido. Yo la había tratado muy poco, sólo la había visto una o dos veces y resultó ser la versión femenina del Escorpión dorado, es simpatiquísima, aparte de todo come bastante bien, lo que me agradó mucho, se merendó un caldo de pollo, una tortita de milanesa con queso y tres taqueshis de cochinita pibil.
     La noche tenía buena pinta (en ese instante no me imaginaba que en tan sólo dos horas más terminaría cargando un bulto llamado Anahí sobre Eje tres y Nuevo León) (¡Pinche Anahí!) cenábamos y bebíamos a carcajadas, cuando llegó el momento que el público estaba esperando: la amiga de "Romi" atravesó la puerta, la observé con detenimiento y no es que sintiera que el corazón se me saldría por las orejas, pero la chica en cuestión no estaba nada mal, de todas las citas que tuve el año pasado, ella era por mucho la más mejor.  
     Es fecha que no comprendo qué fue lo que pasó, cuando Anahí llegó me acababan de traer una cerveza, le cedí mi trago y después ella pidió dos mezcales, quizás serían 3 o tal vez 40 (cuando mucho). El asunto es que en menos de lo que tardaría José José en terminarse dos botellas de Bacardí blanco, la amiga de Romi ya arrastraba la lengua, hablaba un extraño idioma y le costaba trabajo hilar una frase con otra, yo pensé que no tardaría en comenzar a hacer burbujas con los mocos, por lo que  Romi le pidió algo de comer. Los de la Montejo nos dijeron que ya no era hora de comer, así que pedimos la cuenta y decidimos ir al Califa por unos tacuches para que a la señorita le asentara el alcohol y justo en ese momento, comenzó mi cuesta de enero (¡Pinches cuestas de enero!).
     Salimos de La Montejo, Iñaki y Romina se adelantaron y aquí su pendejo se quedó con el costal, tan pronto dimos unos pasos, debo decir que el pendejo iba casi iba cargando a Anahí, la nena se encontró una ecobici y se aferró al manubrio, resulta que se quería ir en bicicleta, Iñas y Romi me veían a lo lejos (¡Pinche Iñaki!) (¡Pinche Romina!) y yo no encontraba la manera de que la señorita soltara la bici. Después de un berrinche tipo niño de kínder en su primer día de clases, Anahí se apiadó y comenzó a caminar. Logré que anduviera una media cuadra, cuando de repente llegamos a una gasolinera y aquello parecía 11 de septiembre, ante mis ojos y en cámara lenta observé cómo la gran Anahí comenzaba a derrumbarse. Don pendejo intentó ayudarla y ella estando en el piso se dirigió hacia mí apuntándome con su dedo índice y de manera desafiante me dijo: "tú no estás en condiciones para ayudarme a ponerme de pie", y de plano en ese momento no pude más y me ganó la risa; solté una carcajada que seguro se escuchó hasta La Patagonia (nunca he estado en La Patagonia, pero presiento que está bien pinches lejos).
     Finalmente llegamos a la taquería, todos comimos algo, siempre pensé que no habría nadie en el mundo capaz de tomarse un jugo de carne con las manos, Anahí lo logró. El asunto es que la nena seguía bajo los efectos del alcohol y estaba a punto de arruinarnos la noche. Terminamos de cenar, pedimos la cuenta y nos dirigimos al lugar donde había estacionado el auto. Para mi desgracia regresamos por el mismo camino y acá el señor pendejo no pudo evitar que la niña se volviera a colgar de la bicicleta (¡Pinches bicicletas!). De nuevo logré que soltara el manubrio, sólo que aquello parecía lucha libre, Anahí tuvo otras tres caídas sin límite de tiempo. Llegamos al coche y entre los tres logramos meterla al asiento delantero.
     A esas alturas Romina estaba un tanto apenada, Iñaki aún tenía sed (de esa que da comezón en la garganta) y ganas de hacer algo, míster pendejo iba manejando y ya se estaba acostumbrando a los berrinches de la borracha (¡Pinche borracha!), por su parte, Anahí estaba inconsciente. Y justo en ese momento se me ocurrió preguntar: ¿qué quieren hacer? y justo en ese momento al gran Iñaki se le ocurrió contestar: vamos al Patrick Miller. Y entones supe que esto de nuevo iba a valer bien madres.
     No teniendo otra alternativa me dirigí al sitio en cuestión, estacioné el auto, compramos las fichitas y entramos. La borracha ya comenzaba a poder caminar sola, pero el gusto no nos duró mucho tiempo. De lo que sucedió después tengo pequeños fragmentos girando por las empantanadas cavernas de mi memoria: Romina bailando en medio de un círculo, Iñaki aplaudiendo, Iñaki brincando, Iñaki en el piso. La borracha más borracha, la tarjeta de crédito de Iñas pasando de mano en mano, cervezas, fichitas, más fichitas y más cervezas, vasos vacíos, bolas gigantescas con espejitos girando en el techo, gente, chingos de gente, mi cartera en el suelo, la borracha bailando, la borracha brincando, la borracha en el piso, música, chingos de música, luces de neón por todos lados, carcajadas y más carcajadas, hasta que nos volvieron a dar las cinco de la mañana y nos volvieron a pedir del modo más atento y amable que nos fuéramos mucho chingar a nuestra jechu (y dicho sea de paso, por más que busqué a la gordita, no la encontré) (¡Pinche gordita!).
     Por fortuna esta vez todos vivían más o menos cerca, así que, pasé a dejar a la gran Romi, al cumpleañero y a la borracha a sus respectivos hogares (¡Pinche gran Romi!) (¡Pinche cumpleañero!) (¡Pinche borracha!) (¡Pinche Patrick Miller!) y allí se rompió una jerga y todos nos fuimos a dormir.
     De Anahí es fecha que no sé nada (y no sé si quiero saber) a Iñaki lo veré el siguiente viernes, al parecer Romina saldrá con nosotros y yo me lanzaré con una lectora que prefiere conservar su identidad en el anonimato. Me parece que nos dirigiremos a un lugar nostálgico y de bajo presupuesto, no sé muy bien a donde iremos, pero sí sé que seguramente la pasaremos biendepocamadres.
     Por ahora sería todo, si desea usted, damita, caballero, saber lo que sucede este fin de semana con nuestro atractivo y enigmático protagonista, y su guapísima y anónima lectora, no deje de sintonizar "Filosofía barata y zapatos de goma". Cíao, descansen y, por favor, no olviden soñar.

gabriel duarte
febrero xx-xx