LA CUARENTENA
(¡PINCHE CUARENTENA!)
(¡PINCHE CUARENTENA!)
Últimamente me he cuestionado por qué motivo a algunas personas les resulta más complicado que a otras quedarse en casa, y en mi caso, llegué a las siguientes conclusiones:
De entrada podría decir que siempre he sido un tipo solitario, por instinto natural tiendo a aislarme y casi siempre prefiero estar en casa después del trabajo o en un lugar tranquilo donde las horas se desparramen con lentitud. Quizás éstos sean algunos de los motivos por los cuales, hasta el momento, no llevo tan mal este asunto del encierro (a diferencia de otros individuos que son demasiado sociables y de culo un tanto inquieto).
Por otra parte, a veces, no encuentro mayor felicidad que la que me depara el hecho de abrir un libro y dejarme llevar por la trama, el ambiente, la prosa y los personajes; y justo en estos momentos lo que sobra es tiempo para dedicarme a leer. Aunado a eso me gusta escribir, es muy peculiar la sensación de hilvanar las palabras, imaginarlas, acomodarlas, borrarlas, leerlas, quitarlas, ponerlas de nuevo y después de un misterioso y lúdico proceso, poder construir algo que antes no existía.
Durante la cuarentena no he escrito tanto como quisiera, pero al menos no he descuidado este blog, aparte de eso, comencé a desarrollar una idea para hacer un cuento que espero terminar en breve; quizás la historia nunca vea la luz y me encuentre obligado a borrarla o a condenarla al olvido, siempre existe el riesgo de fracasar y tener que empezar de nuevo con otra cosa distinta.
He llegado a la conclusión que estoy encerrado en casa porque así lo decidí y la verdad es que me siento libre; no estoy en cuarentena por ninguna obligación. Tengo algunos amigos que siguen saliendo a la calle y están haciendo su vida normal, han optado hacerlo de ese modo y difiero mucho de su actitud, pero los respeto. He hablado con varios de ellos y sólo les he pedido dos cosas: a) que se cuiden mucho porque los quiero mucho y b) que no me olviden en su testamento.
Pero basta ya de tanta hipocresía y de andar caminando por la cotangente: hay un motivo fundamental, que predomina sobre todas las cosas, por el que mi estado anímico se encuentra intacto y en su nivel más óptimo: soy bien huevón.
Encuentro un placer sobrenatural en levantarme tarde y andar en chor y chanclas todo el día. La verdad me siento como si me hubiera mudado permanentemente a Tepetongo (para aquellos que nos leen más allá de nuestras fronteras, Tepetongo es un lugar... ¿cómo explicarlo?, digamos que es como Ibiza, sólo que más tirándole a congal austero y de bajo presupuesto; tomando en consideración que Tepetongo no tiene playa, no es una isla, tampoco hay fiestas eternas de música electrónica y carecemos de mujeres exóticas y exuberantes, podríamos concluir que Tepetongo es casi igual a Ibiza). Me levanto tarde todos los días, mi roomie cocina, yo lavo los trastes y nos hemos adaptado bastante bien; salvo por algunos detalles como el hecho de que ella requiere hablar un poco (bueno, más bien mucho) (bueno, digamos que un chingo) y yo soy más reservadón, sin embargo; todo marcha en línea recta y sin tantos baches.
Desayunamos a más tardar a eso de la una de la tarde, después comienzo a leer y antes de que llegue la hora de la comida bajo al estacionamiento a correr un poco, regreso a bañarme, pongo la mesa y comemos (doña roomie hoy se rifó unos tacos de cochinita pibil que seguro serían la envidia de todo Yucatán), después de comer lavo los trastes, leo otro poco y si tengo ánimos escribo, si no, sigo leyendo, a eso de las 10 de la noche prendemos la tele y vemos una peli o alguna serie; por su puesto que no puede faltar la obligada guerra de almohadazos. A eso de las 3 de la mañana me voy a mi cuarto y me termino durmiendo como a las 4. Es curioso, todos los días son iguales, pero todos los días he hecho cosas distintas y los percibo muy diferentes (ya sé que sueno a adulto optimista de la tercera edad, pero ni modo, por ahora: "es lo que hay").
En otro orden de ideas (¿neta?) (¡Pinche expresión dominguera!) (además, como si las xaladas que escribo tuvieran un orden), en estos días me rifé un libro bastante ligero y gratificante, se llama: "Así escribo".
Resulta que una ñora denominada, Delia Juárez, tuvo la brillante idea de entrevistar a varios escritores, para ser exactos a 53, y cuestionarlos acerca de sus procesos creativos; de tal suerte que cada uno de ellos elaboró un texto breve sobre el modo en el que afrontan el fenómeno literario.
El libro revela con claridad los rasgos de carácter de cada escritor, así como sus obsesiones, miedos y manías.
Algunos autores escriben de manera muy formal y siempre en una hora determinada, algunos otros se toman la vida muy a la ligera y eso incluye el tiempo que dedican a su oficio. Hay quienes llevan sus apuntes y anotan todo en un cuaderno y nunca se desprenden de él, otros no lo hacen así ni por equivocación (recuerdo que cuando estudié literatura tenía una maestra que quería obligarnos a comprar una libretita y traerla siempre a la mano para escribir las ideas que se nos pudieran presentar en el lugar menos pensado y en el momento más insólito. Insistía que eso a ella le funcionaba y le cambió la vida, creo que a estas alturas no ha entendido, y vaya que se da unos aires de sapiencia y erudición, que la creatividad encuentra tantos caminos como individuos hay en el mundo). El asunto es que disfruté mucho la lectura y en términos generales descubrí que no hay recetas, ni tampoco fórmulas mágicas para escribir y creo que tampoco para afrontar la vida.
Así pues, como no conozco a doña Delia Juárez y aparte de todo dudo que algún día me llame para pedirme que le cuente la forma en la que enfrento el misterio de la creación, decidí convertirme en el autor número 54 y hablar acerca de los motivos por los que me he visto orillado a escribir:
Lo primero que se me ocurre es que escribo para darle voz al que no tiene voz, para crear con palabras universos no imaginados nunca y poder atemperar la ebullición que siento todos los días correr por mi interior, pero como todo lo antes mencionado suena bastante cursi y medio mamón, simplemente diré que escribo porque me gusta.
Trabajo en una computadora portátil, jamás escribo a mano, ni siquiera un borrador o alguna idea; se me dificulta mucho. Por extraño que parezca elijo hacerlo en un sitio donde pueda observar un estante lleno de libros. Prefiero el ruido de algún café, es curioso, pero me concentro mejor que estando en completo silencio. Antes de comenzar me da por leer, procuro que sea un libro más o menos en el tono de lo que estoy escribiendo; es decir, si quiero hacer un cuento por lo general recurro a Cortázar, si deseo relatar una narración más extensa, leo una novela en donde el narrador hable en primera persona, pues me gusta escribir en primera, creo que le da mayor verosimilitud a la historia, sin embargo; reconozco que hay infinidad de textos que deben escribirse en tercera persona para obtener el efecto deseado y que el lector siga de un mejor modo el nudo de la historia.
Por lo general me tardo mucho en terminar un texto, me distraigo con facilidad. Si estoy en un café, en donde también vendan libros, es muy común que mientras estoy trabajando me ponga de pie y revise varias veces la sección de novedades. Si estoy en casa me levanto por un vaso con agua o a servirme un café en infinidad de ocasiones. Suelo regresar demasiadas veces al primer párrafo de la narración y comenzar a checar todo desde el principio, cacofonías, repeticiones de palabras, ortografía y redacción. De este modo voy corrigiendo hasta sentirme satisfecho y continúo escribiendo.
Generalmente redacto pequeños bloques de ideas dispersas y las voy incorporando poco a poco en la historia. Si escribo un cuento siempre debo conocer el final para poder llegar a donde deseo, si no tengo el final prefiero no comenzar nada y seguir pensando en qué puede terminar la narración.
Algunas veces escribo con hambre, otras con sueño, pero siempre procuro divertirme en el proceso. Lo que me apasiona es el hecho de sentarme a escribir y aporrear el teclado, para mí eso es en realidad lo valioso y nada más, creo que el resultado es lo de menos, poco o nada me importa (y creo que se nota).
En fin, que lo más gracioso de todo este asunto es que sólo he escrito una novela, algunos cuentos y nunca he publicado, así que, digamos que esta es la forma en la que me gusta divertirme mientras le juego al Faulkner.
Para finalizar, les diré que este desmadrito del coronavirus me dejó con bastante tiempo libre y he procurado pasarla lo mejor que he podido. Estoy de acuerdo que no son vacaciones, pero en ningún lugar he leído que había que pasarla mal, así que, he disfrutado mucho este encierro; aunque debo confesarles que lo que más extraño son las pequeñas cosas que colmaban de sentido mi vida: caminar en medio de un camellón para comprar el periódico, cruzar la calle, tomar un helado, comer tacos con Iñaki, echar banquita con Lulú (no sabes qué falta me haces y lo mucho que te he echado de menos) y sentarme en un café a leer un poco.
Espero que el vértigo pase pronto, ojalá que en breve el viento despeine nuestro cabello y nos sorprenda comiendo algodones de azúcar en algún parque. Por lo pronto cuídense mucho, estoy seguro que volveremos a habitar el mundo y recuperaremos de nuevo la certeza de estar vivos.
Descansen, y por favor, no olviden soñar.
gabriel duarte
abril xx-xx
Por otra parte, a veces, no encuentro mayor felicidad que la que me depara el hecho de abrir un libro y dejarme llevar por la trama, el ambiente, la prosa y los personajes; y justo en estos momentos lo que sobra es tiempo para dedicarme a leer. Aunado a eso me gusta escribir, es muy peculiar la sensación de hilvanar las palabras, imaginarlas, acomodarlas, borrarlas, leerlas, quitarlas, ponerlas de nuevo y después de un misterioso y lúdico proceso, poder construir algo que antes no existía.
Durante la cuarentena no he escrito tanto como quisiera, pero al menos no he descuidado este blog, aparte de eso, comencé a desarrollar una idea para hacer un cuento que espero terminar en breve; quizás la historia nunca vea la luz y me encuentre obligado a borrarla o a condenarla al olvido, siempre existe el riesgo de fracasar y tener que empezar de nuevo con otra cosa distinta.
He llegado a la conclusión que estoy encerrado en casa porque así lo decidí y la verdad es que me siento libre; no estoy en cuarentena por ninguna obligación. Tengo algunos amigos que siguen saliendo a la calle y están haciendo su vida normal, han optado hacerlo de ese modo y difiero mucho de su actitud, pero los respeto. He hablado con varios de ellos y sólo les he pedido dos cosas: a) que se cuiden mucho porque los quiero mucho y b) que no me olviden en su testamento.
Pero basta ya de tanta hipocresía y de andar caminando por la cotangente: hay un motivo fundamental, que predomina sobre todas las cosas, por el que mi estado anímico se encuentra intacto y en su nivel más óptimo: soy bien huevón.
Encuentro un placer sobrenatural en levantarme tarde y andar en chor y chanclas todo el día. La verdad me siento como si me hubiera mudado permanentemente a Tepetongo (para aquellos que nos leen más allá de nuestras fronteras, Tepetongo es un lugar... ¿cómo explicarlo?, digamos que es como Ibiza, sólo que más tirándole a congal austero y de bajo presupuesto; tomando en consideración que Tepetongo no tiene playa, no es una isla, tampoco hay fiestas eternas de música electrónica y carecemos de mujeres exóticas y exuberantes, podríamos concluir que Tepetongo es casi igual a Ibiza). Me levanto tarde todos los días, mi roomie cocina, yo lavo los trastes y nos hemos adaptado bastante bien; salvo por algunos detalles como el hecho de que ella requiere hablar un poco (bueno, más bien mucho) (bueno, digamos que un chingo) y yo soy más reservadón, sin embargo; todo marcha en línea recta y sin tantos baches.
Desayunamos a más tardar a eso de la una de la tarde, después comienzo a leer y antes de que llegue la hora de la comida bajo al estacionamiento a correr un poco, regreso a bañarme, pongo la mesa y comemos (doña roomie hoy se rifó unos tacos de cochinita pibil que seguro serían la envidia de todo Yucatán), después de comer lavo los trastes, leo otro poco y si tengo ánimos escribo, si no, sigo leyendo, a eso de las 10 de la noche prendemos la tele y vemos una peli o alguna serie; por su puesto que no puede faltar la obligada guerra de almohadazos. A eso de las 3 de la mañana me voy a mi cuarto y me termino durmiendo como a las 4. Es curioso, todos los días son iguales, pero todos los días he hecho cosas distintas y los percibo muy diferentes (ya sé que sueno a adulto optimista de la tercera edad, pero ni modo, por ahora: "es lo que hay").
En otro orden de ideas (¿neta?) (¡Pinche expresión dominguera!) (además, como si las xaladas que escribo tuvieran un orden), en estos días me rifé un libro bastante ligero y gratificante, se llama: "Así escribo".
Resulta que una ñora denominada, Delia Juárez, tuvo la brillante idea de entrevistar a varios escritores, para ser exactos a 53, y cuestionarlos acerca de sus procesos creativos; de tal suerte que cada uno de ellos elaboró un texto breve sobre el modo en el que afrontan el fenómeno literario.
El libro revela con claridad los rasgos de carácter de cada escritor, así como sus obsesiones, miedos y manías.
Algunos autores escriben de manera muy formal y siempre en una hora determinada, algunos otros se toman la vida muy a la ligera y eso incluye el tiempo que dedican a su oficio. Hay quienes llevan sus apuntes y anotan todo en un cuaderno y nunca se desprenden de él, otros no lo hacen así ni por equivocación (recuerdo que cuando estudié literatura tenía una maestra que quería obligarnos a comprar una libretita y traerla siempre a la mano para escribir las ideas que se nos pudieran presentar en el lugar menos pensado y en el momento más insólito. Insistía que eso a ella le funcionaba y le cambió la vida, creo que a estas alturas no ha entendido, y vaya que se da unos aires de sapiencia y erudición, que la creatividad encuentra tantos caminos como individuos hay en el mundo). El asunto es que disfruté mucho la lectura y en términos generales descubrí que no hay recetas, ni tampoco fórmulas mágicas para escribir y creo que tampoco para afrontar la vida.
Así pues, como no conozco a doña Delia Juárez y aparte de todo dudo que algún día me llame para pedirme que le cuente la forma en la que enfrento el misterio de la creación, decidí convertirme en el autor número 54 y hablar acerca de los motivos por los que me he visto orillado a escribir:
Lo primero que se me ocurre es que escribo para darle voz al que no tiene voz, para crear con palabras universos no imaginados nunca y poder atemperar la ebullición que siento todos los días correr por mi interior, pero como todo lo antes mencionado suena bastante cursi y medio mamón, simplemente diré que escribo porque me gusta.
Trabajo en una computadora portátil, jamás escribo a mano, ni siquiera un borrador o alguna idea; se me dificulta mucho. Por extraño que parezca elijo hacerlo en un sitio donde pueda observar un estante lleno de libros. Prefiero el ruido de algún café, es curioso, pero me concentro mejor que estando en completo silencio. Antes de comenzar me da por leer, procuro que sea un libro más o menos en el tono de lo que estoy escribiendo; es decir, si quiero hacer un cuento por lo general recurro a Cortázar, si deseo relatar una narración más extensa, leo una novela en donde el narrador hable en primera persona, pues me gusta escribir en primera, creo que le da mayor verosimilitud a la historia, sin embargo; reconozco que hay infinidad de textos que deben escribirse en tercera persona para obtener el efecto deseado y que el lector siga de un mejor modo el nudo de la historia.
Por lo general me tardo mucho en terminar un texto, me distraigo con facilidad. Si estoy en un café, en donde también vendan libros, es muy común que mientras estoy trabajando me ponga de pie y revise varias veces la sección de novedades. Si estoy en casa me levanto por un vaso con agua o a servirme un café en infinidad de ocasiones. Suelo regresar demasiadas veces al primer párrafo de la narración y comenzar a checar todo desde el principio, cacofonías, repeticiones de palabras, ortografía y redacción. De este modo voy corrigiendo hasta sentirme satisfecho y continúo escribiendo.
Generalmente redacto pequeños bloques de ideas dispersas y las voy incorporando poco a poco en la historia. Si escribo un cuento siempre debo conocer el final para poder llegar a donde deseo, si no tengo el final prefiero no comenzar nada y seguir pensando en qué puede terminar la narración.
Algunas veces escribo con hambre, otras con sueño, pero siempre procuro divertirme en el proceso. Lo que me apasiona es el hecho de sentarme a escribir y aporrear el teclado, para mí eso es en realidad lo valioso y nada más, creo que el resultado es lo de menos, poco o nada me importa (y creo que se nota).
En fin, que lo más gracioso de todo este asunto es que sólo he escrito una novela, algunos cuentos y nunca he publicado, así que, digamos que esta es la forma en la que me gusta divertirme mientras le juego al Faulkner.
Para finalizar, les diré que este desmadrito del coronavirus me dejó con bastante tiempo libre y he procurado pasarla lo mejor que he podido. Estoy de acuerdo que no son vacaciones, pero en ningún lugar he leído que había que pasarla mal, así que, he disfrutado mucho este encierro; aunque debo confesarles que lo que más extraño son las pequeñas cosas que colmaban de sentido mi vida: caminar en medio de un camellón para comprar el periódico, cruzar la calle, tomar un helado, comer tacos con Iñaki, echar banquita con Lulú (no sabes qué falta me haces y lo mucho que te he echado de menos) y sentarme en un café a leer un poco.
Espero que el vértigo pase pronto, ojalá que en breve el viento despeine nuestro cabello y nos sorprenda comiendo algodones de azúcar en algún parque. Por lo pronto cuídense mucho, estoy seguro que volveremos a habitar el mundo y recuperaremos de nuevo la certeza de estar vivos.
Descansen, y por favor, no olviden soñar.
gabriel duarte
abril xx-xx
Mijoooo... siempre es un gusto leerte!!! También extraño echar banquita, ya llegará el momento de ponernos al corriente
ResponderEliminarLuluuuuuuuuuuuú, un placer tener noticias tuyas. Espero que este asunto del encierro termine as soon as en chinga (a mí me late que a más tardar en unos dos años y medio acaba la cuarentena). No sabes qué ganas tengo de verte. Por favor cuídate mucho, que el mundo es un mejor lugar si tú estás abordo. Espero verte en breve. Mientras eso sucede te mando chingos de besos. MUACKS!
ResponderEliminarReí varias veces, me identifiqué en varios puntos, sobretodo en que si tú vives en algo así como Ibiza, yo lo hago en algo así como Oslo, pero sin noruegas.
ResponderEliminar¡Querido Sergiño! Me da harto gusto que hayas leído esto, al menos ya tengo dos lectores. Por otra parte he estado pensando muy seriamente y ya encontré el problema: nacimos en el lugar equivocado. Sin embargo; encuentro un gran cosuelo, estoy seguro que Noruega no tienen ningún lugar ni siquiera parecido a nuestro glorioso mercado de Sonora y en Ibiza jamás podrías encontrar un puesto que venda tortas de tamal desdé las 7am, así que, me parece que no tenemos nada que reprocharle al universo porque hayamos nacido en este sitio denominado México y más concretamente en nuestra tremebunda megalopolis recién nombrada CDMX. Te mando un abrazo, ya estoy trabajando en el proyecto que me comentaste. Mil gracias por la invitación.
ResponderEliminar